El restaurante El Cateto, nacido en octubre de 1995, no es hoy aquel chiringuito de techo de uralita enclavado sobre un semi descampado a las afueras de Sevilla bajo el abrigo de las humildes casas sevillanas del parque de Alcosa. Tampoco es aquel lugar de paso que servía cerveza, caracoles, cabrillas, marisco y montaditos. Es otra historia. Sinónimo de innovación, aunque mantiene su ancestral esencia culinaria, con sello y firma propia.
Los sábados, y sobre todo los domingos al mediodía, es posiblemente el restaurante más concurrido de Sevilla. Se tira cerveza por un tubo; su cocina es ágil, y los camareros, veloces, sin detrimento de una calidad que conserva su sabor rural y urbanita. 20 camareros perfectamente sincronizados, capaces de dar de comer en cuestión de varias horas a 500 personas sin que, una vez sentados a la mesa, nadie tenga que esperar más de cinco minutos para que al menos el primer plato deleite nuestro paladar.
Su problema, a veces, conseguir mesa. Pero, franqueado ese obstáculo, saborear su carne a la brasa, el famoso pescaíto frito, los caracoles y cabrillas (de receta familiar) es rápida.
La clientela, muy variada. Familias de Sevilla Este-Alcosa, gentes llegadas desde la zona del aeropuerto y pueblos de los alrededores, bajo el guion culinario de una familia dedicada a la hostelería desde 1967 (ya es la tercera generación de aquel El Cateto de la calle Sinaí).
Acostumbrados a reinventarse, los hacedores de El Cateto, durante el confinamiento, llevaron sus famosos platos, los sempiternos caracoles y cabrillas, así como sus tapas frías, mariscos y chicharrones a las casas de sus clientes. Superados aquellos días aciagos, su cocina anuncia inminentes novedades, pero sin separarse de las esencias que lo hicieron grande y bullicioso.