No olvidará la fecha. El 7 de abril de 2022, Antonio P. T. escarbaba y adecentaba un jardín que hay frente a la T4 de Barajas (es jardinero del aeropuerto) y, al paso de su rastrillo, vio emerger de la tierra unos papeles rectangulares.
Visiblemente deteriorados, algunos con jirones, y estaban pegados por la humedad y oscurecidos de tierra. Los sacudió y empezó a inquietarse al ver que debajo de la mugre afloraba un color púrpura y la cifra de 500.
Con delicadeza despegó unos de otros. Eran billetes.
Los de adentro estaban más limpios que los de afuera, sometidos a humedades. Varios presentaban jirones. Unos más que otros.
Dado su envejecido estado, no vio claro que se los recibieran sin más en cualquier tienda y ni siquiera en su banco. Le preguntarían qué le había pasado a los billetes, y más de 500 cada uno.
Le dio un ataque de conciencia y decidió llevar su incierto botín a la oficina de objetos perdido de la Terminal 4 de Barajas. Desde aquí más tarde acabaron en manos de la policía del aeropuerto madrileño. En ambos lados no olvidó explicar las circunstancias del hallazgo.
En objetos perdidos los compañeros le dijeron que hiciera constar muy bien su nombre como «hallador» de los billetes. La ley establece que quien encuentra dinero, pasados dos años sin que su dueño lo reclame, o este no aparezca, el «hallador» pasa a ser el legítimo propietario de lo hallado.
No se olvidó Antonio de aquello. Tiempo después preguntó por los billetes y le dijeron que fueron consignados en la cuenta de un juzgado de Madrid. Que preguntase allí. Dio con el número de juzgado, se presentó allí y lo reclamó. Pero le dijeron que había que esperar dos años.
El tiempo fue pasando y, como quien hace planes con una ansiada paga extra por venir, decidió personarse en las diligencias del juzgado. Para meter prisa y dejar constancia de su condición.
El juzgado ordenó llevar los billetes al Centro de Analítica del Banco de España, para que se explorara si eran auténticos. Y, en su caso, qué valor tenía aquel pequeño taco de billetes púrpura, y si valían o no.
El Banco de España dio por buenos ocho billetes de 500, los que conservaban al menos tres cuartas partes de la estructura del billetes. Y, hubo suerte, solo desechó uno porque estaba hecho jirones, incompletos. No reunía los cánones mínimos como para que el Banco de España lo avalara.
Con ojo siempre avizor, pasaron los dos años y se presentó ipso facto en el juzgado. Hace solo unas semanas.
Volvió a exponer que él era «el hallador» y reclamó el dinero que, supuso la policía, alguien escondió allí apresuradamente al enterarse de que no podía sacar de España más de 10.000 euros sin dar cuenta antes a la Agencia Tributaria. Aunque entrara por la sala Premium, la de los Vips.
O bien se le olvidó el lugar exacto, o nunca volvió al lugar o, cuando acudió, ni por lo más remoto imaginó que un jardinero pasaría antes por su escondite con un rastrillo.
Es significativo que el dinero estaba enterrado entre unas plantas próximas a la entrada de la Sala Premium de la Terminal 4.
Tras el hallazgo y por orden del juzgado, la policía visionó las cámaras de la zona tratando de buscar al dueño, al enterrador.
Pero informó al juzgado que la investigación había sido estéril.
Los dos años pasaron hace tan solo unas semanas. Justo el día que se cumplía el plazo, Antonio habló con el oficial del juzgado y lo reclamó. Esta vez sí.
Le dieron un oficio que le facultaba para ir al Banco de Santander, que custodia los dineros que requisan los jueces, y a retirar 4.000 euros «en billetes de cien y 50 euros», los que el Banco de España dictaminó que eran válidos.
Eso sí, se los llevó nuevos. Los viejos se los quedó el banco emisor.
Para Antonio fue una superpaga extra de verano, pero doble, o quizás triple. Más la de jardinero del aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid/Barajas. Eso sí, Hacienda sabe perfectamente de este botín, y querrá su parte…
Curiosa historia….
Curioso tema… ahora viene Hacienda
Quién encuentra algo es suyo pasados dos años… y de Hacienda para pagar a tanto político ñ