Hoy: 4 de noviembre de 2024
Javier Rosado, el asesino del juego de rol, el estudiante de física cuántica y por aquel entonces de 21 años que el 30 de abril de 1994 escribió unos de los crímenes más horribles desde el nacimiento de la democracia en España, lleva años en libertad, fuera de la cárcel. Y ha pagado ya toda la responsabilidad civil, de forma fraccionada, de su sueldo, y con ayuda de su familia, la indemnización que le impuso la Audiencia de Madrid por el asesinato del empleado de limpieza, Carlos Moreno. A Javier Rosado, el ideólogo de aquel macabro juego, el tribunal le condenó a 42 años de cárcel y a pagar a la familia de la víctima 25 millones de las antiguas pesetas, unos 150.000 euros. Casi ha pagado todo ya, trabajando.
La extrema frialdad de Rosado, provisto de un cuchillo, y del entonces menor de edad que le acompañaba aquella noche por las calles de Madrid, conmocionó a España. Por la sevicia empleada, por la profunda estupidez del móvil y, sobre todo, porque, no sólo le asestaron 19 cuchilladas a un Carlos Moreno, de 52 años, indefenso, que esperaba un autobús tras salir de su trabajo muy avanzada la madrugada, también por el diario asesino, en el que Rosado narra con sevicia los pormenores del asesinato. Moreno era un empleado de limpieza, que dejó dos hijos.
Javier Rosado, con un coeficiente intelectual muy alto, escribió tras la sangría un estremecedor, y bien escrito, diario. Da miedo leerlo. Cuando un mes después del crimen, la policía detuvo a Rosado, este guardaba el diario en una estantería de su habitación. En él explicaba cómo él y su amigo Félix, el menor de 17 años, habían quitado la vida a Carlos Moreno, que también dejó una viuda. Estos lloraron, y lloraron aún más, cuando supieron las circunstancias que rodearon la muerte de su progenitor.
La presa debía ser “regordete y estúpido”
Aquello no fue un crimen más ni un móvil de los típicos. Un mayor de edad, un cerebrito, y un joven entonces de 17 años, Félix, convirtieron el tablero del juego de rol al que a veces solían jugar, en la vida misma. Las locuras del divertimiento las llevaron a la realidad. Y esa realidad es que tenían que salir de caza por la noche y matar a las personas que más se parecieran a las ficticias inventadas por ellos en el juego de mesa.
Una de las presas de esa noche, según el juego (presas, así las llamaban), debía ser “regordete y estúpido”. Y los calcetines y la cara redondeada de Carlos Moreno, bajo el frío de aquella noche, en una parada de autobús del madrileño barrio de Manoteras, esperando llegar a casa para descansar de sus tareas como limpiador, les debió parecer que respondía a la ficha/humana del tablero de juego. Moreno fue la primera presa de esa noche. Una mujer se salvó sin saberlo al meterse en el portal de su bloque, justo cuando ellos iban detrás. Javier se lamenta en el diario y sonríe de “la suerte” que tuvo.
Eso escribió Javier Rosado en su famoso diario asesino. En él, con un lenguaje ordenado, describió cómo vieron a Moreno en la parada del autobús. Y cómo, tras mirarle de arriba abajo, comenzaron a darle cuchilladas en la garganta, estómago, tórax: “Hay que ver lo que tarda en morir un idiota”, narra Rosado en el diario mientras señala las zonas del cuerpo que iba apuñalando, hasta 19. [Más abajo pueden leer algunos pasajes del estremecedor diario]
Javier Rosado empezó relativamente pronto a salir en libertad, con permisos, en torno al verano de 2007, once años después de lo que hizo. Y desde entonces recibió continuos permisos. Ahora está en libertad condicional. Pero ya no pisa la cárcel.
Su abogado, Luis Rodríguez Ramos, le consiguió pronto los permisos tras convencer al juez Arturo Beltrán de que haría un uso correcto de los mismos. No se ha vuelto a oír de él desde el juicio. Solo sus más íntimos han conocido su paradero. El menor, en cambio, que fue condenado a 12 años, de los que solo cumplió cuatro años, se fue de España en cuanto accedió a la libertad, mucho antes que Rosado. Su padre adoptivo, consciente del revuelo causado, se lo llevó fuera. Luego volvió.
No han hecho nada, pero ni el fiscal ni los jueces de vigilancia se fiaban de él. Rosado es “un psicópata muy peligroso” y “carente de remordimientos”, dijeron en el juicio. “Es un psicópata, sabe lo que hace, no está enfermo y puede volver a hacerlo”, sostuvieron las psicólogas perito. “Javier Rosado es un psicópata, carece de empatía, su inteligencia no es emocional sino descriptiva y carece de sentimientos, pero a la vez es muy inteligente y puede penetrar tu mente e imaginar qué piensas, aunque es incapaz de saber cómo te sientes”. Así lo explicaba hace unos años Pedro Martínez, el fallecido teniente fiscal del Tribunal Superior de Justicia de Madrid y jefe de la sección de vigilancia penitenciaria cuando se perpetró el crimen. “Es un gran manipulador de las emociones ajenas, y creemos que se entregó al crimen no para liberar tensiones emocionales, sino como deleite”, añadió.
“El castigo que estoy pagando es justo para lo que hice”, les dijo Rosado a sus padres en una carta desde la cárcel. “El tiempo sigue… Por fin veo sentido a mi privación de libertad, a los nueve años, seis meses y dos días generando en vosotros tanto sufrimiento. El castigo que estoy pagando es justo para lo que hice. Obviamente, nunca más haré a nadie el más mínimo mal. Le he dicho al abogado que mire cuál es el mejor procedimiento para pedir perdón a los familiares de la víctima”.
En la carta, Rosado expresa su intención y deseo de poder trabajar para resarcir a esa familia “con pagos sucesivos” y saldar así “una gran deuda”, y para “tranquilizar mi conciencia”. Rosado casi ha pagado ya la responsabilidad civil a los familiares de Carlos Moreno, y está fuera de las rejas. La fiscalía no dio demasiado crédito a su carta inculpatoria. “No ha logrado aún desprenderse de su patología psicopática: sadismo, frialdad, ausencia de remordimientos y negación del crimen”.
Han pasado ya años desde que el crimen del rol destrozó para siempre a la familia de Carlos Moreno. El hombre se defendió durante 15 minutos. No pudo evitar las 19 cuchilladas que, respondiendo a las reglas autoimpuestas de un juego de mesa, le asestaron dos muchachos de clase media alta de Madrid.
Todo lo detalló Rosado en un espeluznante diario que la policía encontró días después y que fue clave para reconstruir la escena del crimen.
Eran las cinco de la madrugada del 30 de abril de 1994. La víctima, que trabajaba en una empresa de limpieza, volvía a casa para dormir. A esa hora sólo él estaba en la marquesina. Vio a dos chicos, uno alto, encorvado, Javier Rosado, y otro robusto con cara aniñada, Félix M. R., entonces de 17 años. Se acercaron a él con paso decidido. Para ellos, en ese momento, Moreno no era un ser humano. Era una ficha del juego que creó Rosado.
Lo bautizaron “Benito”. Y concordaba con lo que buscaban. El juego consistía en matar en una franja horaria nocturna concreta a una persona determinada. Establecía que, entre las tres y las cinco de la madrugada, debían matar a un hombre “regordete” y “estúpido”. Antes de las tres debía ser una mujer. Una vecina de Manoteras se salvó milagrosamente. Cuando iban a por ella, con guantes de látex y cada uno con un cuchillo, se metió en el portal y ascensor de su casa. Desistieron. Coincidió también, por suerte para ella, con que se rebasó la hora en que la víctima debía convertirse en un varón. Moreno no gozó de la misma suerte que esa mujer. “Mira ése, tiene cara de idiota, y lleva unos calcetines estúpidos”, escribe Rosado en su diario.
Se acercaron a él, le miraron de arriba abajo y le sacaron los cuchillos. Moreno pensó que estaba siendo víctima de un atraco. No imaginó lo que venía después. “Pon las manos a la espalda y muestra el cuello”, le ordenó Rosado. Los tres folios manuscritos de Rosado narran, con todo tipo de detalles sobrecogedores, cómo éste y el menor Félix mataron a Carlos Moreno. La regla del juego estipulaba que “Benito” debía morir degollado.
Así, mientras Rosado se concentraba en atravesar el cuello de la víctima con su arma, Félix debía “debilitar” a “la presa” dándole navajazos en el estómago. Rosado anota en el diario que “la presa” se revolvía. La agonía de Moreno duró 15 minutos, según la sentencia. La ausencia de móvil despistó a la policía durante tres meses.
Al final, un amigo de la pandilla de Rosado delató al asesino. Rosado y Félix se jactaban ante sus amigos de que eran ellos los que habían matado al hombre de cuya muerte había informado la televisión. Desde el sofá de su casa, Rosado contradecía con sorna los errores de los telediarios. Añadió que habría más muertes. Así que el amigo decidió contar lo sucedido a un sacerdote: se había percatado de que Rosado y Félix habían aireado que volverían a matar. El cura le aconsejó contarlo a sus padres y éstos alertaron a la policía: ambos jóvenes iban a salir esa noche de nuevo de caza.
La policía les detuvo cuando Félix y Rosado habían comprado ya los guantes de látex y se encaminaban a por una “segunda presa” de un macabro juego de mesa que había saltado de forma sangrienta a la realidad.