Generalmente en los parques miran al infinito las estatuas de los ilustres que lo han sido, según criterios de quienes defendieron, entre jardines, su presencia. Como alguna vez he recordado, tras haberlo oído, la Historia es una colección de mentiras primorosamente encuadernadas.
Si hablaran los que están en el bronce señalados, derretidos ahora con la insolencia de estas temperaturas, dirían más de uno que fueron traicionados; que la política de la justicia y el bienestar, tantas veces defendida, se vio deshecha una mañana por más de mil sinvergüenzas que, prefirieron quedarse con el bronce porque estaban seguros de que nadie iba a levantarles una estatua.
Repasando recientes o mediatos sucesos, los artífices de la política abandonan a los suyos porque en realidad nunca lo fueron, sino medios para personalmente triunfar o enriquecerse ellos. Quienes acompañaron tantos años a un determinado “emperador”, apartándole las excrecencias incontables dejadas a su paso, ahora se les nombra como a “ese señor que pasaba por allí”.
… Los que tanto mal han hecho, no encontrarán sitio donde esconderse.
Son incorruptibles solo aquellos que teniendo ocasión decidieron no poner precio a su valía. De ellos algunos hemos conocido y los guardamos en la memoria. Del resto estamos convencidos que no valió la pena.