Me conmueve la extrema delicadeza de la señora ministra de Sanidad cuando anuncia que, a partir de los 14 años hasta los treinta, los jóvenes podrán ponerse gratis, en las bocas de la vida, los preservativos. Vivimos en un estado ideal donde apenas si hay que hacer esfuerzos: ya, de parvulitos, se les explica a los niños la diferencia que hay entre lo que observan en su entrepierna y la delicada llanura de las niñas, como si ellos no se hubiesen dado cuenta. Luego se les garantiza que sus aparatos se pueden intercambiar poniendo a las niñas lo de ellos y a ellos lo de las niñas, que ya cargará la Seguridad Social con los gastos. Si después se hacen un lío identitario deben acudir a los psicólogos, que ellos sabrán poner caricias a la locura…
Y ahora, a los chicos que hayan decidido quedarse con su asunto, le regalan los preservativos para que no haya sorpresas tras la coyunda, que debe ser la consecuencia de tener ganas o no, porque los adolescentes deben regirse como los animales, según sus apetitos.
Hay que evitar a toda costa que la Iglesia y la derechona de siempre pretenda poner orden en los escalofríos humanos. Porque lo bueno –¡ay, señora ministra!-— es que se haga, cuando apetezca, lo que más nos guste.
Pedro Villarejo