Los mexicanos y la ley

19 de septiembre de 2024
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Edgardo Arredondo Gómez / Yucatan
EDGARDO ARREDONDO

El 31 de agosto, en la comisaría de Loche, en Panabá, un caballo falleció de manera brutal al ser destripado durante las celebraciones en honor a San Agustín, el santo patrono.

Nos referimos a los denominados “Torneos de Lazo”, una práctica brutal, reminiscente de un circo romano ancestral, que refleja una barbarie que daña nuestra reputación como una sociedad históricamente respetuosa y amante de los animales. Durante el mandato de Rolando Zapata, se intentó cancelar estos eventos mediante un esfuerzo legislativo.

La táctica empleada fue cambiar el nombre a “Duelo de ganaderías”. El formato permaneció inalterado: durante las celebraciones del pueblo, con la aprobación de las autoridades locales y, en ocasiones, con la complacencia de los párrocos de las iglesias, quienes prefieren ignorar la presencia de la imagen religiosa, se realiza el violento espectáculo de liberar toros salvajes que persiguen al caballo desprotegido. Desafortunadamente, cuando los vaqueros, con su limitada destreza, no logran atrapar al animal con la cuerda, el evento termina en caos.

Desigualdad y desafío

Entre los vítores de los espectadores en estos rudimentarios escenarios, que milagrosamente no colapsan con mayor frecuencia, y donde abundan jóvenes y niños con sus teléfonos en mano buscando las mejores tomas, el caballo es embestido hasta ser literalmente desgarrado, quedando con las vísceras expuestas o con hemorragias que, cual surtidores, provocan una agonía lenta y cruel.

A pesar de que también han fallecido algunos jinetes, esto no detiene en absoluto la práctica. ¿Las leyes están hechas para ser manipuladas? Todo depende de la interpretación antes de su aplicación. Existen complicidades entre los que están en el poder, y la Arquidiócesis muestra una complacencia pasiva al no emitir un pronunciamiento durante estas festividades patronales; al fin y al cabo, “las leyes son para los humanos”, como lo expresó un edil.

Un ciudadano denuncia, en una transmisión en vivo en redes sociales, lo que sucede en un vecindario de la ciudad mientras recorre sus calles: en cuatro esquinas distintas, los residentes han arrojado montones de basura en más de tres ocasiones consecutivas. Después de la última campaña de limpieza promovida por el Ayuntamiento, nuevamente han aprovechado para desechar todo tipo de desechos, muy lejos de los recipientes destinados para acumular agua.

Persistencia de la Irregularidad

Pocos días después de que se retirara el montón de desperdicios, los desechos vuelven a aparecer, violando el reglamento que incluso establece sanciones económicas y administrativas. “La ley se ignora completamente”. Además, el ciudadano indignado transmitía mientras conducía su auto, cometiendo una flagrante infracción al reglamento de tránsito.

En un estadio de fútbol en una ciudad de EE.UU., la selección mexicana nuevamente ofrece una actuación deficiente. La mayoría de los poco más de 40 mil espectadores son de origen mexicano, y entre ellos hay un considerable número de inmigrantes indocumentados (un término que prefiero evitar).

Tras cometer varios errores graves y recibir un gol adicional, los aficionados, nuestros compatriotas, entonan el grito considerado homofóbico por la FIFA, el ¡PU…! cada vez que el portero rival despeja el balón desde su área, en tres ocasiones consecutivas.

Después de las advertencias del sonido local, se anuncia una pausa temporal del partido; sin embargo, durante el siguiente despeje del guardameta, el grito resuena con aún mayor intensidad. El árbitro opta por ignorar la situación, dado que el partido estaba a punto de finalizar, y lo declara concluido sin añadir tiempo extra.

Días después, la Federación Mexicana de Fútbol recibe una multa y una amenaza adicional de suspensión en competiciones internacionales. “Total, se paga. ¡Qué se imaginan, los señoritos de la FIFA!” es la reacción.

Raíces de la impunidad

Estos tres relatos, que son totalmente reales, reflejan una característica lamentablemente arraigada en nuestra cultura: una actitud de desdén, impunidad e intolerancia, que solo cambia cuando hay una intervención contundente o una amenaza seria. En gran medida, esta actitud ilustra la absurda dinámica de poder que predomina entre muchos mexicanos.

En los últimos años, hemos presenciado incluso situaciones extremas: comunidades enteras sin ningún temor a las fuerzas del orden. Hay numerosas imágenes en las que se observa a la Guardia Nacional e incluso al Ejército siendo atacados con piedras y palos. En el estado de Puebla, se observa frecuentemente la justicia por mano propia, con linchamientos que ocurren sin la certeza de que las víctimas realmente sean responsables del delito que se les imputa.

La violencia de las multitudes parece ser inversamente proporcional a la eficacia de la autoridad, sin que importe mucho las consecuencias, ya que la ilegalidad parece ser la norma habitual.

Reflexiones sobre la reforma judicial y la actitud ciudadana

El presidente enfrentó muchas críticas cuando en una conferencia matutina afirmó: “No me vengan con el cuento de que la ley es la ley”. Sin embargo, no hemos hecho una autocrítica adecuada para reconocer que en el día a día también demostramos conductas que desprecian la ley, y solo reaccionamos si el delito es grave, si se nos acusa de faltas que no cometemos, o cuando el problema nos afecta directamente.

No sabemos cómo será el panorama en los próximos años tras la denominada reforma judicial. A pesar de la probable modificación de la Constitución y la posible situación de que los administradores de justicia sean deficientes en su preparación, inexpertos o manipulables por el Estado o la delincuencia organizada, ¿qué actitud adoptaremos como ciudadanos?

Es lamentable que en los debates previos no se haya discutido adecuadamente, especialmente con la participación de la ciudadanía, dado que se supone que será la encargada de elegir en votación popular a jueces y magistrados, en una sociedad donde el desdén y la impunidad son prevalentes todos los días. — Mérida, Yucatán.

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