Doña Angustias Riquelme vive en el número 2 de la calle Sacramento, una de las más céntricas de Veraluz, sola y viuda en un piso grande y viejo pero confortable. A las tres menos cinco, sentada frente al almuerzo del día, aguarda el telediario como parte de su liturgia organizada. Este año con mucho dolor por los fuegos, necesita que Putin salga en la escena de su pequeña pantalla para decirle “cuatro cosas” en silencio y quedarse luego satisfecha hasta que aparezca otro personaje que desentone con sus aspiraciones.
Ese día, doña Angustias escuchó sobresaltada en su telediario a una señora beneficiada por el Régimen decir que los votantes del PP y de Vox eran idiotas, llamando a sus dirigentes “inútiles mentales”. En un estante de su librería miraba con devoción diaria una foto de don Manuel Fraga Iribarne, dedicada a su padre, que fue coronel del ejército y amigo del fundador. Besó el cristal con sus labios de dama ofendida y, cuando alcanzó sosiego, lloró sobre su carné de afiliada al PP, avergonzada de su idiotez y buscando en su almacén de memorias el rostro de las multitudes que eran tan idiotas como ella.
En su tribulación, decidió doña Angustias prescindir de los telediarios.
Pedro Villarejo