…Mi juventud, veinte años en tierras de Castilla.
Aunque los esposos buscaban las maneras de que les hiciera el menor daño posible las habladurías de los sorianos por una boda tan desigual, Leonor y Antonio entendían que lo mejor, para que en Soria pronto se olvidara su casamiento, era explorar pretextos o razones para salir.
-Vámonos a París, Leonor; tú, que sólo conoces este Duero que pasa, corre y sueña, verás conmigo otro río como una serpiente defensora de la catedral más bonita del mundo, Nôtre Dame. Allí nos casaremos en francés, solos, sin el tormento de que nos miren. Luego te llevaré al Louvre, a bailar con el agua junto a la fuente de Las Tullerías …
Luego, a Leonor se le llenó de luna la cara por la falta de sangre que tosía. ¿De dónde, de qué pozo viene esta sombra que ha de romper los hilos? ¿Por qué se quiebra ahora, precisamente ahora, esta juventud de amor recién nacida?
A Rubén Darío tuvo que pedirle don Antonio trescientos francos para salir de París con aquella muñeca desmayada.
Soria otra vez, más pálida que nunca, los recibe abrazados bajo un perfil de fuego. El poeta llora y dice:
-¡Quiero contagiarme! ¡Quiero morirme contigo: dame a beber de tus labios el jugo de los caramelos!… ¿Qué será de mí en este poblachón, sin verte?
Muchas tardes, en silla de ruedas, el esposo la lleva a pasear por El Espino, junto al cementerio, en lo más alto de Soria donde al parecer el aire goza de más espacio para purificarse. Conforme se sube, a la izquierda, descubre don Antonio el tronco gris de un olmo seco. Un instante se detiene para extraer de su fijeza alguno de los secretos que siempre esconden los árboles y que más pronto descubren las abejas para fabricar miel en sus cortezas de adentro.
Leonor está desabrigada. De los cipreses viene un vientecillo que hiela un poco más su frío de mujer enferma. Apenas si la escucha don Antonio porque ha observado cómo del árbol muerto ha aparecido un ramo de verdura:
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido…
Cuando la vida aparece tan cerca de la muerte, se recupera con entusiasmo la esperanza. Al poeta se le abren, desde la rama florecida, las grietas de la posibilidad:
Mi corazón espera
También hacia la luz y hacia la vida,
Otro milagro de la primavera.
-Mira, Leonor, es el primer ejemplar de Campos de Castilla. Deja, deja que te lo dedique:
A mi Leonorica
De su Antonio.
-Con las trescientas pesetas que me ha dado el editor, haremos otro viaje en busca de otros sol que te cure. A Sevilla, por ejemplo. Eso, a Sevilla. No hay río que deje tanta salud como el Guadalquivir. Ninguno que haya llegado hasta América y sepa tanto de coplas:
Tengo un querer y una pena.
La pena quiere que viva,
el querer quiere que muera.
-Cierra la puerta, Antonio, que otra vez tengo frío, que está llegando un aire helado, un ahogo distinto al de tus besos… Ven, Antonio, no te vayas de nuevo hasta lo hondo, duérmete junto a mi corazón un rato…
Y una noche de verano
La muerte en mi casa entró.
Se fue acercando a su lecho
–ni siquiera me miró–;
Con unos dedos muy finos
Algo muy tenue rompió.
Mi niña quedó tranquila,
Dolido mi corazón.