RAFAEL FRAGUAS
Asistimos a un desquiciamiento ideológico y otro militar. El primero concierne a Argentina y el segundo, a Israel
La escena mundial registra dos fenómenos de desquiciamiento cuyos precedentes convergen en la deriva que precedió al ascenso y asentamiento del Tercer Reich hitleriano. Un desquiciamiento ideológico, y un desquiciamiento militar, respectivamente. El primer caso concierne a lo sucedido en Argentina. El segundo se refiere a la actitud del Ejército israelí con respecto a Palestina. Es esta la realidad más atroz, porque consiste en la limpieza étnica de un pueblo árabe y semita, mediante el fuego artillero, con decenas de miles de infantes y adultos palestinos en fuga, martirizados y aniquilados bajo las bombas.
Mientras quede un ápice de humanidad no cabe dejar de denunciar esta atrocidad que tiene sus precedentes en la pretendida aniquilación del pueblo judío a manos de los nazis desde 1933 a 1945 y en el consecutivo aplastamiento del pueblo alemán, derrotado ya el nazismo, con los bombardeos criminales del tal Arthur Harris (1892-1984), sobre Dresde, Leipzig y Hamburgo, nombrado por ello sir y apodado el carnicero Harris.
En cuanto a la escena político-ideológica, la victoria electoral en Argentina de Javier Milei (Buenos Aires, 1970), calca una importante cuota de la deriva ideológica que preludió el nazismo, a partir de la paulatina instalación en las élites ideopolíticas germanas del irracionalismo, como bien teorizara el pensador húngaro Gyorgy Luckacs.
A la hora de responder a la pregunta de cómo un pueblo culto como el alemán, se dejó seducir por un paranoico como Adolf Hitler, el intelectual magiar señalaba que el pensamiento alemán mutó sus paradigmas y declinó desde los concernientes a la racionalidad kantiana y la historicidad hegeliana hacia el sociologismo primero y el nacionalismo romántico, después, trufado por la oscura estela de Nietzsche, para trocarse todo ello en el ensalzamiento de la Biología como ciencia definitiva.
La magnificación paradigmática de esta disciplina, biologizó a su vez la geopolítica de la mano de Friedrich Ratzel y Karl Hausofer, éste apadrinado por Ruidolf Hess, convirtiendo en su delirio a Alemania en un cuerpo vivo que, al parecer, crecía tanto como para justificar la expansión militar ilimitada de Alemania a expensas de sus vecinos; todo ello tras ser abducido el pueblo alemán por la monserga de la misión encomendada por Dios para dirigir el mundo (esto recuerda mucho al Destino Manifiesto estadounidense), como heredero de la pureza del clasicismo, en boca del ingenuo nacionalista Johan Gotlieb Fichte, para degenerar a su pesar en el supermacismo racial, forma suprema del irracionalismo, con sus consabidos efectos en la eugenesia depredadora, incluida dentro de la destrucción de Europa con el propósito de enmendarla. Al frente de aquel proceso se hallaban intérpretes del destino germano de la catadura de los arios Alfred Rosenberg, Josep Goebbels o Heinrich Himmler, arropando a un personaje disfórico, paranoico y temible como Adolf Hitler.
La disforia de algunos dirigentes políticos y el irracionalismo son los nexos comunes entre aquella situación y la presente. Las personalidades disfóricas son aquellas que pasan intermitentemente de fases de máxima euforia a etapas de suma irritabilidad, con una frecuencia que ni ellas mismas son capaces de prever, sustanciadas en una caótica síntesis de decisiones erráticas, cuando no criminales, basadas en el mero capricho, irracionales siempre.
Ni al propio Hitler se le hubiera ocurrido comparecer desde un arengario provisto con una motosierra, pese a verse rodeado como lo estuvo por los bluthfahner, los estandartes de sangre, erguido ascensionalmente por Goebbels sobre el magno atril desde donde peroraba. Sin embargo, así ha comparecido en su campaña electoral Javier Gerardo Milei.
El mensaje tildado de anarcocapitalismo que el presidente electo argentino propala no es nada más que la aplicación de su evidente disforia –Jair Bolsonaro y Donald Trump sufren el mismo síndrome- encarnado en él en su propósito de destruir, lo más rabiosamente posible, una institución secular como el Estado, constructo político supremo -ideado por los liberales de los que el propio Milei se reclama-, para armonizar los intereses privados con los intereses públicos; eso sí, con la particularidad de que los intereses públicos, para él y tantos de los de su cuerda, no existen.
Olvida el electo Milei o debiera saber, que la función suprema del Estado concebido a la usanza liberal, consiste en garantizar la tasa de ganancia del capital privado, a costa de privatizaciones, exenciones fiscales, concesiones, contratas y subcontratas, dádivas varias entregadas en manos ajenas a la esfera de lo público.
Eso sí, reservándose el poder coercitivo y el monopolio estatal de la violencia por si alguno se sale del redil. Pero manteniendo, al menos, ciertas garantías para acallar las exigencias sociales. Precisamente, otras concepciones de lo estatal, la concepción socialista, socialdemócrata y comunista, atribuyen al Estado una ineludible dimensión social, de representación de los intereses de la mayoría, autonomizando al Estado de la letal tutela del capital, como teorizara el pensador griego Nikos Pulantzas.
Una cosa es que el Estado, en Argentina, presentara, como en muchos otros países, disfunciones evidentes en su gestión; y otra cosa bien distinta es que haya que destruir, precisamente, a la única institución pública que frente a tanta corporación privada, haya sido capaz hoy mismo de pertrechar y movilizar a la sociedad para afrontar la racionalización de la lucha contra las pandemias y que sea, asimismo, la única institución, en clave social, capaz de encarar el reto descomunal del cambio climático.
Frente al hegemonismo al uso, la lucha por la supremacía político-militar, los desafíos macrocósmicos, clima y micoscópicos, virus, son las verdaderas amenazas para la perpetuación de la estirpe humana sobre la Tierra. Destruir el Estado es la fórmula que los disfóricos más irresponsables proponen al tiempo que desertizan su alternativa en un suicida sálvese quien pueda.
Milei ha llegado al poder por esas fases de desconcierto que suelen agitar a los pueblos, estremecidos y golpeados recurrentemente por las crisis. Crisis, por cierto, inducidas de forma tan recurrente como cíclicamente por la insaciable necesidad del capital, hoy en clave hegemónicamente financiera, por rapiñar la tasa de beneficio privado a costa del trabajo colectivo, como es el caso de Argentina, donde el peronismo parece haber llegado al fin de su ciclo histórico ahogado por su incompetente ineficacia.
El resultado es visible: la sociedad argentina incuba hoy una conflictividad explosiva que el anarco-capitalismo rampante ceba por doquier, día tras día: 5.000 funcionarios despedidos hoy, otros 3.000 mañana; cientos de leyes de protección social, erradicadas; Argentina se autoexcluye del grupo de los BRIC,S…¿Qué le espera mañana al país de la enseña albiceleste? Maradona no sirve a los argentinos para resolver ecuaciones de segundo grado, que son las que habrán de resolver si su país quiere pervivir con entidad propia en la escena internacional.
Comoquiera que los extremos afines se tocan, como en su día sucedió en la Alemania hitleriana, ¿podemos temer que, por mor de la presión social interna para obligar a Milei a recapacitar, falta muy poco para que él lleve a su país a enzarzarse en un conflicto militar fronterizo con alguno de sus vecinos?
No es bueno guiarse por expectativas, desde luego. Conviene esperar los cien días de plazo que se suele otorgar a los recién llegados al poder. A no ser que las cosas adquieran tal nivel de explosividad que se desborden al otro lado del Río de la Plata. Con todo, la llegada de la antipolítica a la Casa Rosada no augura nada bueno para aquel país, tan rico como mal administrado durante tantas décadas.
En el confín del Mediterráneo, otro ejemplar de la antipolítica, Bejnjamín Nethanyahu (Tel Aviv, 1949), formado en una consultoría financiera de Boston, se ha embarcado en una criminal aventura militar sin salida política alguna. Todo parece indicar que busca un desquite personal: siendo ministro de Hacienda bajo la jefatura de Gobierno de Ariel Sharon, al decidir éste la desconexión política de Israel respecto de Gaza, Nethanyahu dimitió por negarse a aceptarla.
Ahora parece aflorar el motivo oculto, el desquite, que le lleva a proseguir su sangrienta escalada. La suya no es una disforia tan clamorosa como la de Milei que, por cierto, se declara tan sionista como el Primer Ministro de Israel; más bien se trata de una disforia latente, implosiva y silenciosa, espoleada por un supremacismo racista que él, siendo miembro de una familia polaca jaloní, laica, ha llegado a mostrar más expansionista y sionista que sus compadres gubernamentales ultra-ortodoxos del Shas o del Yatoráh, sin los cuales no podría gobernar.
Detener la sinfonía de sangre derramada por el Tsahal, las denominadas Fuerzas de Defensa de Israel, en Palestina es hoy, hasta su término, la prioridad suprema.
Impedir que la conflictividad en Argentina y la previsible represión ulterior incendie el país es tan importante como que Estados Unidos salga de la infernal guerra civil interna que le desgarra, brecha que Washington pretende esconder con su enfrentamiento doble, por Estados interpuestos, con Rusia y China, obcecación que augura un horizonte de inestabilidad mundial sin precedente. Esperemos que la disforia dé paso a la sensatez política.