Requisitos para el diálogo entre Israel y Palestina

2 de marzo de 2024
9 minutos de lectura
Derrumbe de varios edificios en el marco de la ofensiva israelí en Rafá.| Fuente: EP

Quienes hablan o actúan hoy en nombre de cada una de las partes no representan la totalidad de lo que ambos universos significan

Rafael Fraguas

El diálogo entre seres humanos siempre es posible. Y viable, mientras no se incumpla la pauta básica de humanidad: el reconocimiento de la otreidad, la existencia del otro. El valor básico a compartir es el de la palabra. Los diálogos son de distintos tipos. Hoy quiero tratar del diálogo político, que concierne a poderes. Con la sangre de más de 100 inocentes en busca de alimentos derramada sobre la arena de Gaza, es más apremiante que nunca el fin de las matanzas indiscriminadas de palestinos, muchos de ellos niños, para conseguir lo cual es imprescindible el diálogo directo y por intermediarios entre Israel y Palestina.

Hay que precisar que quienes, con las armas humeantes en la mano, hablan o actúan hoy en nombre de cada una de las partes, no representan la totalidad de lo que ambos universos, Israel y Palestina, significan. Por consiguiente, han de existir otros posibles interlocutores.

¿Es posible ese diálogo? Hoy, con tales interlocutores y circunstancias, el diálogo no parece posible: una guerra atroz, asimétrica, de características genocidas, de una parte, y de cuño insurreccional, por otro, los enfrenta. No se trata de una guerra equilibrada, en absoluto: de un lado comparece uno de los ejércitos supuestamente más poderosos del mundo; y del otro, grupos armados que hostigan al ejército ocupante con técnicas guerrilleras, sabotajes y escaramuzas para frenar su avance.

¿Guerra o aniquilación?

Presuponemos que la paz, meta propia de toda guerra, sería uno de los propósitos centrales a conseguir, pero no parece ser así a tenor del fragor de la virulenta beligerancia desplegada en Gaza, tendente a lograr solo la paz de los cementerios. Por lo cual, puede que no estemos propiamente ante una guerra, sino ante un proceso de pretendida y asimétrica aniquilación mutua, consistente en suprimir a la otra parte, la parte rival. Por consiguiente, el primer paso a dar sería el consenso en torno a la admisión de la existencia de esa otreidad como meta deseable y compartida. Radicales de una y otra parte se niegan a admitir la existencia del adversario y ello implica el cierre de toda solución ante el drama vivido.

Para poner el marcador a cero y estrenar la nueva situación tendente a logar la satisfacción de los intereses mutuos, el objetivo del futuro diálogo, una vez posibilitado, será a grandes rasgos la transformación de una ecuación de suma 0 entre los intereses de Israel y los de Palestina, cuyo antagonismo los anula, en una ecuación de suma 2, que puede adoptar dos formas: dos Estados con los mismos atributos y características técnicas, israelí y palestino, o bien un solo Estado con dos comunidades políticamente autónomas o estatalmente confederadas. Son dos formas de paridad.

Causas

Las causas sustanciales del conflicto que ha truncado el diálogo israelo-palestino han sido, en primer lugar, la presión demográfica ejercida sobre Israel por la emigración de judíos de todo el mundo y derivada por Israel hacia los territorios palestinos con el apoyo del Ejército israelí. Tal presión se ha descontrolado, sirva el ejemplo: desde 1993 a 2023, el número de colonos sobre territorio palestino en Cisjordania y Jerusalén-Este ha pasado de 160.000 a cerca de 750.000, colonos generalmente armados.

Otra de las causas se sitúa en las autopercepciones exacerbadas y excluyentes de israelíes y palestinos, que derivan en actitudes supremacistas de todo tipo, cebadas por sendos fundamentalismos religiosos, el sionista y el yihadista. La deriva teocrática de las autoridades israelíes hacia la plena conversión de Israel en Estado confesional es un proceso que causa inquietud en el basamento laico de las sociedades democráticas. Inquietud ampliada a la que suscitan las pulsiones hacia los Estados confesionales en clave islamista radical.

Causa básica de la conflictividad en escena es asimismo la intersección de intereses mutuos en torno al territorio, el agua, el espacio, los recursos…. Es preciso tener en cuenta la segmentación social y política de ambas comunidades israelí y palestina, con sectores hegemónicos oligárquicos y altoburgueses, entre los primeros, y burgueses entre los segundos, con una fragmentación parlamentaria y política apabullante en el parlamento judío, y una escisión abierta entre la Autoridad Nacional Palestina, que gobierna en Cisjordania y Hamas, que lo hace en Gaza desde las elecciones de 2007, dejando al margen de la política, ambos sistemas, a los sectores asalariados populares de Israel y Palestina cuya amistad mutua, por intereses existenciales semejantes, aunque asimétricos, resulta posible. Y ello, con todo, pese a que una y otra comunidad son sociedades militarizadas, regularmente la israelí e informalmente, la palestina. Sendas militarizaciones, es decir, la autonomía política de los aparatos militares, ponen en cuestión el carácter democrático que se asignan.

Cabe señalar que distintos procesos de paz emprendidos al respecto, desde Oslo a Madrid, han fracasado o han conseguido muy magros resultados. Como debe saberse, los pactos son fruto de relaciones de fuerza cambiantes que, si no se estabilizan, a cada momento escoran las lecturas de lo pactado hacia uno de los dos polos contratantes. Hay una perversión que sesga, desde tiempos remotos, las relaciones entre Estados o comunidades políticas: aquella que asocia toda correlación a una causalidad que, en la escena política, se denomina hegemonía. Cualquier relación entre sujetos políticos, sean Estados o Gobiernos, por sí misma se hegemoniza. Esta perversión, naturalizada como inevitable en las relaciones internacionales y particularmente, las de Israel y Palestina, es la que vicia la armonía interestatal y genera el conflicto, cuya forma extrema es la guerra.

A esta primera aberración, que es totalmente superable mediante el respeto a las leyes internacionales -leyes que Israel vulnera incesantemente-, hay que añadir su efecto inmediato: la guerra preventiva, aquella que se desencadena en previsión del ataque previo del enemigo. Aquí reside la causa que espolea con mayor virulencia los conflictos bélicos, caracterizados generalmente por la asimetría, a su vez generatriz del terrorismo, terrorismo de Estado o de facción. El terrorismo, cuyo fin primordial es el terror, deja de serlo cuando la causa por la que dice luchar, triunfa y a posteriori, quien lo practica, pasa a ser considerado, habitualmente, exponente de un movimiento de liberación nacional erigido en germen de un Estado. El ejemplo de los grupos terroristas israelíes Irgún y Lehi, es significativo: de volar con explosivos, el primero, el hotel Rey David y matar a 92 personas, señaladamente funcionarios británicos y el segundo grupo, asesinar al diplomático sueco conde Folke Bernadotte, primer enviado de Naciones Unidas a la zona, sendos grupos pasaron a convertirse en componentes originarios del Ejército israelí tras la proclamación del Estado de Israel. El otro tipo de actividad armada según sus mentores, suele quedar inserto, como es el caso, en un movimiento insurreccional tendente, asimismo, a la liberación nacional. Por parte palestina, el secuestro del equipo olímpico de Israel en las Olimpiadas de Múnich de septiembre de 1972, con quince muertos, nueve atletas israelíes, cinco terroristas y un policía alemán, proyectó también sobre la causa palestina la larga sombra del terror. Mientras Palestina no tenga un Estado propio, ese terror no dejará de ser considerado como tal.

Fijar las fronteras de Israel

Comoquiera que las metodologías pacificadoras hasta el momento no han funcionado, es preciso transformar, las empleadas, por otras que conduzcan a la des-hegemonización de las relaciones, el descarte de las guerras preventivas y el fin de las asimetrías generadoras de respuestas terroristas. Y la transformación puede conseguirse con una medida política troncal que puede inaugurar una etapa completamente nueva en el Cercano Oriente: la fijación de fronteras estables por parte de Israel, único país del mundo que carece de ellas por la incesante expansión de las colonias extendidas indefinidamente hacia Cisjordania y Jerusalén. Solo esa medida, que retrotraiga los límites de Israel a los fijados por Naciones Unidas, será la que ponga fin a los asentamientos de colonos judíos sobre territorio palestino. Ello implicará la desmilitarización de ambos contendientes, la única capaz de augurar el principio del fin de la ocupación, causante y desencadenante de una contienda que se prolonga 75 años.

Como el lenguaje se ha devaluado tanto, será necesario ensayar políticas también de gestos. Meta añadida podría ser, a medio plazo, la de comprometer a las religiones monoteístas del Libro, musulmanas, hebreas y cristianas, en consensuar una moral nueva, universal, ecuménica, antibelicista y antihegemonista, que sirva para desactivar tanta adversidad. Será preciso igualmente convocar a organizaciones multinacionales y corporaciones no contaminadas por el armamentismo, para involucrarlas en un diálogo sobre el problema y sus soluciones.

En el terreno político de la disuasión, las Naciones Unidas y la Unión Europea, cuyos Secretario General Antonio Guterres y su Alto Representante para la Política Exterior y la Defensa, Josep Borrell, respectivamente, han sido humillados y ninguneados por Benjamín Nethanyahu, pueden adoptar medidas drásticas para forzarle a detener el fuego aniquilador contra la población de Gaza: fuego que ha segado la vida a 32.000 gazatíes , más de la mitad de ellos niños, y también a siete de los rehenes capturados por el brazo armado de Hamas el 7 de octubre en una operación relámpago que se cobró 1.200 víctimas y el secuestro de 240 colonos, entre ellos algunos niños. Israel, que prohíbe la cobertura informativa de la guerra a la Prensa internacional, no facilita el número de bajas entre sus soldados en la ofensiva contra Gaza.

Retirar sus embajadores de Israel, o decretar sanciones económicas como se han impuesto a Rusia por la guerra de Ucrania, podrían estar siendo contempladas por algunos sectores de la opinión pública europea para proponer a las autoridades de la UE. Y en cuanto a los que en Palestina recurren a métodos terroristas, se propone aplicarles métodos policiales, no militares que solo contribuyen a que el conflicto escale.

Contexto geoestratégico

Todo lo dicho ha de incluirse en un contexto geoestratégico. En él, era un hecho la gradual desatención estadounidense hacia el Cercano Oriente, sustituida por la puesta del foco norteamericano sobre el escenario Asia-Indo-Pacífico, a 12.000 kilómetros de la costa Oeste de Estados Unidos. Otro hecho es, asimismo, la impotencia de Joe Biden para disciplinar a Benjamín Nethanyahu, pese a la incondicionalidad de su apoyo, repicado por la presidenta de la Comisión Europea Úrsula von der Layen, muy criticada por ello y por comprometer a la UE en un aval a Israel que no es compartido, sino más bien rechazado, por movimientos de masas en distintos países del Viejo Continente, también en otros de distintos países del mundo.

Los hechos concernientes a Estados Unidos han llevado a los agentes estatales israelíes y los dirigentes palestinos en la zona a acentuar su conflictividad mutua. Washington, en cruciales vísperas electorales, se configura como una superpotencia declinante, cuya debilidad ha sido aprovechada por israelíes y palestinos para aplicar autónomamente sus políticas. La segunda fila de esta guerra está formada por Estados vecinos o próximos de la entidad de Arabia Saudí, Irán, Turquía y Qatar, con designios geopolíticos propios, más distintos grados de inducción y cuya importancia, como mentores o mediadores no puede ser subestimada. En un tercer plano se sitúan Estados como Yemen o, incluso, Pakistán, dotado, como Israel, del arma atómica. Será preciso, en vías a facilitar el diálogo israelo-palestino, aplicar el principio boxístico de “segundos fuera”.

Con todo, hoy, el principal obstáculo a la viabilidad de tal diálogo es la envergadura de la destrucción humana y existencial en Gaza, que adquiere allí proporciones bíblicas, con ecos siniestros en Cisjordania. Y ello sin que la prosecución del avance destructor permita explicar a qué obedece realmente la iniciativa de Benjamín Nethanyahu de mantener su aterrador progreso. Todo hace pensar que, de no detenerlo, puede guiar a Israel a convertirse en un Estado segregado por sí mismo de la comunidad internacional, propósito que el Primer Ministro israelí se reserva para aplicar a la causa del pueblo palestino, algunos de cuyos dirigentes desearían proyectar sobre Israel.

Rafael Fraguas

Rafael Fraguas (1949) es madrileño. Dirigente estudiantil antifranquista, estudió Ciencias Políticas en la UCM; es sociólogo y Doctor en Sociología con una tesis sobre el Secreto de Estado. Periodista desde 1974 y miembro de la Redacción fundacional del diario El País, fue enviado especial al África Negra y Oriente Medio. Analista internacional del diario El Espectador de Bogotá, dirigió la Revista Diálogo Iberoamericano. Vicepresidente Internacional de Reporters sans Frontières y Secretario General de PSF, ha dado conferencias en América Central, Suramérica y Europa. Es docente y analista geopolítico, experto en organizaciones de Inteligencia, armas nucleares e Islam chií. Vive en Madrid.

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