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Despedidme del sol y de los trigos

trigos

Portada de una antología sobre Miguel Hernández. | Fuente: Europa Press

El 28 de marzo se cumplirán ochenta y un años de la muerte de Miguel Hernández. Dos testigos fieles recogieron un par de últimas frases que pudieran ser resumen de su vida: “Despedidme del sol y de los trigos” y, mirando a su esposa con llanto irrepetible: “Josefina, qué desgraciada eres”.

…Mis padres, que nunca fueron privilegiados por abundancias políticas, compraron con fatiga un precioso ático en Torrevieja, en la misma Playa del Cura. A jugar al balón en la arena nos íbamos algunas tardes los muchachones de aquel verano, sin que necesariamente tuviésemos que ser amigos o conocidos. Al terminar uno de esos encuentros, quisimos presentarnos:

-Yo soy fulano de tal.

Y, del otro lado:

-Yo soy Miguel Hernández…

-Ah, como el poeta, le contesté.

-Sí, era mi tío, me replicó como suponiendo que no era importante para mí ese nombre.

Y ya no le dejé en paz hasta que pude conseguir de su cautela la dirección de Josefina Manresa, su viuda, que vivía en Elche, ausente y desprendida.

Esa misma noche le envié una carta, con una docena de rosas y de llantos sin lágrimas, reclamando verla:

-No recibo a nadie, me contestó, pero, dada su condición, venga a verme cuando quiera… Y no recibo a nadie porque los periodistas escriben luego lo que yo nunca he dicho… Franco vivía, en las últimas ya, por ese entonces.

Entre mis papeles andará su carta, plastificada y pura, como uno de los mejores trofeos de la memoria.

Vestida casi de negro, casi de espanto sosegada, a Josefina Manresa no se le caía de los labios una sonrisa dulce y vergonzosa. Su contestación, a muchos hubiera podido parecerle ingenua, pero su palabra era limpia y honda, venía de lejos, igual que un agua que saliese de pronto por las grietas de una fuente escondida:

-Nunca fui ostentosa, pero me gustaba arreglarme para cuando Miguel venía.

Seguramente por eso, el poeta más de una vez le dijo: “No tienes más obligación que ser hermosa”…

Toda la luz se vino abajo aquel 28 de marzo de 1942. Y se quedaron los trigos sin espigas y, hasta sus últimos días siguió viviendo Josefina desgraciadamente dichosa.

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