Mucho me agradó la definición que nos regaló Martín Zarco: delirio es un sueño que no se puede compartir, porque la mayoría de los seres humanos no somos lo que hubiéramos preferido ser: aquella ilusión, aquel desvelo, aquella ironía que se partió en dos antes de ser manifestada. Hoy –puede que también ayer— para soportar la vida es preciso antes desvivirla, como quien ahoga en la imaginación al más terrible de los enemigos.
El delirio que más se pretende alcanzar por escurridizo es el de sentirnos libres. Decimos mentirosamente que lo somos mientras tememos a las consecuencias que puedan tener los atrevimientos del propio quehacer. Nunca se es libre si se mira de reojo las derivaciones de la propia conducta. Si se trata de criticar, en España sólo nos atrevemos con los muertos lejanos porque a nadie tienen ya que los defienda. ¿A quién le importa hoy que Cervantes fuese homosexual, que no lo fue, si el Quijote es la suprema ironía que destroza en silencio a los que puedan pensarlo o se han acomodado en su grandeza para justificarse entre alborotos?
El delirio también puede ser una impudicia.
Pedro Villarejo