De política y cosas peores; juicio final

30 de enero de 2025
3 minutos de lectura
Dar. | EP
CATÓN

“Dar es mejor que recibir”. La frase se atribuye a un moralista, pero en verdad es de un boxeador. Yo he recibido en la vida mucho más de lo que he dado.

Desde ese punto de vista la vida ha sido injusta conmigo, pues hay injusticia lo mismo en dar de más que en dar de menos, y a mí me ha favorecido con abundancia generosa que ciertamente no merezco, y que por tanto agradezco con gratitud mayor.

El día del Juicio Final veré cómo mis prójimos llegarán con enormes camiones de mudanza, y algunos hasta con carros de ferrocarril, trayendo el bien que hicieron para presentarlo como ofrenda propiciatoria al buen Señor y así obtener de él la salvación eterna.

Por mi parte yo entraré, tembloroso y compungido como el perrillo que se comió el jabón, empujando un carrito de supermercado casi vacío ante la asamblea de los justos, que me señalarán, severos, con índice condenatorio y murmurarán por lo bajo cosas feas contra mi persona.

Me veré obligado entonces a aparecerme, ánima en pena, a mis familiares y amigos con posibilidades económicas para pedirles que den abundantes limosnas a la iglesia, a fin de que se hagan rogativas en sufragio de mi alma, retenida en el purgatorio —entiendo que todavía existe— a causa de mi exigua cantidad de buenas obras, y sin poder entrar por eso a la morada de la eterna bienaventuranza.

Sé bien que la misericordia del Señor es infinita, pero no así la de quienes toman su nombre en la tierra. Ellos me negarán sus cartas de recomendación. Llegaré en pelo al otro mundo, como se dice en el rancho de los jinetes sin montura.

Una esperanza tengo: la amada eterna le dirá al buen Dios: “Perdónalo, Señor. Si yo, que soy humana, le perdoné sus yerros ¿no habrás de perdonárselos tú, que eres divino?” Me perdonará, estoy seguro —me lo dicen la fe y la esperanza—, aunque pongan mala cara quienes se dicen sus representantes, y entraré al Cielo a gozar la presencia de la amada eterna. Y también, claro, la de Dios.

Ahora bien: ¿por qué escribí hoy acerca de algo de lo que nunca escribo? Para no tener que escribir, siquiera sea por un día, acerca de política…

No encuentran fin las calaveradas de Chinguetas, marido casquivano. Ayer de nueva cuenta lo sorprendió su mujer en refocilación pecaminosa con una maturranga en el mismísimo lecho conyugal. La señora se indignó, pues esa misma mañana había cambiado las sábanas.

Así, llenó de pesias a su infiel marido. Adujo éste: “A ver: tú fumas en la cama; la llenas de migajas de galletas; ves series de Netflix hasta la madrugada; roncas. Y a mí ¿qué otro defecto me conoces?”..

Séneca dijo en una de sus célebres Epístolas: “Senectus enim insanabilis morbus est”. “La ancianidad es una enfermedad incurable”. Razón tenía sobrada el filósofo cordobés…

Cierto hijo llevó a su anciano padre —más de 100 años tenía— a la consulta de un médico, el conocido doctor Ken Hosanna. Le pidió éste al provecto paciente: “Diga ‘ah”. Enunció con fatigada voz el valetudinario caballero: “Equis. Y griega. Zeta”. Preocupado se volvió el facultativo hacia el hijo y le manifestó en voz baja: “Me temo que su señor padre está en las últimas”…

Cuatro tipos se conocieron en el Bar Ahúnda; bebieron juntos y entraron en el delicado terreno de las confidencias. El vino, ya se sabe, inhibe las inhibiciones. Dijo uno: “A mi esposa le gusta usar ropa íntima negra”. Declaró otro: “La mía la usa de color rojo pasión”. Manifestó un tercero: “Mi mujer es muy especial. Su ropa interior es toda de color morado con pequeños moños verdes y amarillos”. “¡Ah! —exclamó el cuarto alegremente—. ¡Entonces tú eres el marido de Ordalina!”— Saltillo, Coahuila.

Sé bien que la misericordia del Señor es infinita, pero no así la de quienes toman su nombre en la tierra. Ellos me negarán sus cartas de recomendación. Llegaré en pelo al otro mundo, como se dice…

*Por su interés, reproducimos este artículo de Catón publicado en El Diario de Yucatán.

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