Hoy: 23 de noviembre de 2024
Hace poco concluyó en Cali la reunión COP16, que había despertado general expectativa. Como es sabido, COP es el acrónimo de Conference Of the Parties, es decir, Conferencia de Partes Interesadas, o reunión de alto nivel, organizada por las Naciones Unidas. Convoca a Estados, organizaciones regionales y actores no estatales con el fin de debatir asuntos relacionados con el cambio climático, el medio ambiente y la biodiversidad. Según los expertos, la logística de la reunión fue exitosa, no así los resultados prácticos. Como corolario, la COP16 fue un llamado desesperado a la acción para los diferentes actores: ¡”Paz con la Naturaleza”! A este respecto, Colombia dio muestras de liderazgo en el cuidado del medio ambiente.
La trascendencia de esta reunión me indujo a ahondar en sus orígenes. La preocupación por el respeto a la naturaleza no es algo novedoso. Está muy relacionada con el tema de la Bioética, asunto que embargó mi atención en la década de los 80, a tal punto que propuse la creación de una institución que se ocupara del estudio de la conducta humana frente a la naturaleza, a la luz de valores y principios morales. En 1986 nació el Instituto Colombiano de Estudios Bioéticos (Iceb), adscrito hoy a la Academia Nacional de Medicina. Esta disciplina comprende no solo temas atinentes a la vida y la salud humanas, sino también cuestiones ambientales y sociales, y aquellas relacionadas con la vida de los animales y las plantas.
Se ha considerado a Aldo Leopold (1887-1948), silvicultor, ecólogo y ambientalista estadounidense, profesor de la Universidad de Wisconsin, como el pionero en la divulgación de planteamientos éticos que tuvieran en consideración la comunidad humana, la animal y vegetal, y también la tierra. Por tal razón Leopold es tenido además como el precursor de la Bioética, el primero en vislumbrar las bases de una nueva moral para la conducta humana, mediante el desarrollo de una ética ecológica. En 1933 escribió en The Journal of Forestry un artículo titulado “Ética de la conservación”, motivado por el estado lastimoso de un río que atravesaba su granja en Wisconsin.
Criticó los daños que se ocasionan al medio ambiente cuando se hace de la tierra una propiedad, sin tener en cuenta que es una riqueza de la que todos los seres humanos son también propietarios. En 1949, la revista Almanac recopiló sus escritos con el título de La ética de la tierra. La ética adquirió entonces otro rostro: dejó de ser solo antropocéntrica para tener en cuenta también el ambiente (ecocéntrica).
Inspirado en los escritos de Leopold, Van Rensselaer Potter (1911-2001), bioquímico y también profesor de la Universidad de Wisconsin, publicó en 1971 un libro que bautizó Bioética, puente hacia el futuro. Potter, igualmente interesado en la relación del hombre con la tierra, los animales y las plantas, había llegado al convencimiento de que, si no se pone freno al comportamiento del ser humano frente a la naturaleza, su supervivencia sobre el planeta no será muy larga.
Luego de profundas reflexiones concluyó que la pervivencia del hombre podía depender de una ética basada en el conocimiento biológico. A esa ética le dio el nombre de ‘Bioética’, vale decir, “ciencia de la supervivencia”. “Una ciencia de la supervivencia –decía– debe ser más que ciencia sola; por lo tanto, yo propongo el término Bioética en orden a enfatizar los dos más importantes ingredientes, en procura de la nueva sabiduría, tan desesperadamente necesaria: los conocimientos biológicos y los valores humanos”. Si el ser humano ha sido considerado el bien mayor de la Naturaleza, la Bioética lo que hizo fue prender las alarmas frente a la posibilidad de que ese mismo bien sea el verdugo de la especie al comportarse como un depredador del medio ambiente.
El llamado que, a manera de conclusión, hiciera la reunión de Cali, es un clamor general: ¡Paz con la Naturaleza! Sin duda, para ello es necesario preparar cerebros, ojalá todos, que mejoren el potencial humano con miras a beneficiar la naturaleza toda. Es lo que se ha denominado “ecosofía”, o sabiduría para habitar el planeta.
*Por su interés reproducimos este artículo firmado por Fernando Sánchez Torres publicado en El Tiempo