Luis Cernuda había escrito que lo sublime parte de la hermosura, pero está más allá, es un paso de pies grandes que sólo pudo dar San Juan de la Cruz. Entiendo yo que lo sublime es lo que no puede explicarse y alguna vez se vive, como el ave que pasa, como el viento que huye, como el blanco fuego de la luna en la noche.
Desde algunos críticos literarios he podido leer que la espiritualidad para Juan Ramón Jiménez fue una pose estética que se lleva en la mano igual que un ramos de rosas (“no la toques ya más, que así es la rosa”), y no un sentir trascendente. Puede que Juan Ramón no llegue a lo sublime que detectaba Cernuda en fray Juan, pero sí tuvo una clara “conciencia de lo hermoso” que supo descubrir a Dios en la inquietud de su pecho.
En alguno de sus poemas navideños, el poeta de Moguer escribe:
“Mi pecho palpitaba
como si el corazón tuviese vino…
Abrí el establo a ver si estaba Él allí.
¡Estaba!”
¡Y estaba!. Y en cada poema abre los ojos.
pedrouve