Reducir ligeramente la ingesta de alimentos no solo es una cuestión de peso o de estilo de vida. Cada vez más investigaciones apuntan a que esta práctica podría influir directamente en la manera en que envejecemos. En el reciente congreso CNIO-CaixaResearch Frontiers Meetings, varios expertos internacionales han compartido hallazgos que refuerzan esta idea. Entre ellos destaca Alejo Efeyan, investigador del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), quien recordó que numerosos estudios en células y en modelos animales llevan años señalando lo mismo: la restricción calórica es, hasta ahora, la intervención más efectiva para aumentar la longevidad. Aunque estos resultados son prometedores, Efeyan insiste en la cautela. Lo que funciona en organismos simples no siempre puede trasladarse de forma directa a la dieta humana. Sin embargo, estas líneas de investigación abren una puerta importante para comprender cómo pequeños cambios en nuestra alimentación podrían influir en la salud a largo plazo.
El metabolismo parece ser la clave de este fenómeno. Modificarlo mediante la restricción de alimento puede afectar a procesos tan relevantes como la senescencia celular, la capacidad de regeneración o la resiliencia de los tejidos. Así lo explica Adam Antebi, del Instituto Max-Planck para la Biología del Envejecimiento, quien destaca que no todas las edades responden igual. Para él, prácticas como el ayuno intermitente pueden aportar beneficios a los cincuenta años, pero quizá no sean apropiadas a los setenta. Esta diferencia de respuesta recuerda que el envejecimiento es un proceso complejo, en el que intervienen múltiples mecanismos, desde el deterioro del sistema inmunitario hasta el agotamiento de las células madre. Los expertos coinciden en que estos procesos no actúan aislados, sino que se influyen entre sí a niveles molecular, celular y orgánico.
El interés por entender el envejecimiento dio un salto importante en 2013, cuando se publicó en la revista Cell el estudio “Hallmarks of Aging”. En él se identificaron nueve indicadores moleculares del envejecimiento. Diez años después, una revisión amplió esa lista a doce. Todos ellos representan procesos medibles que, al ser modificados, pueden acelerar o frenar el deterioro del cuerpo. Estos avances han permitido observar con más claridad cómo influye la alimentación en la salud celular y cómo intervenciones como la restricción calórica pueden modular estos indicadores, según Europa Press.
Dentro de este campo destaca la investigación de María A. Blasco, también del CNIO, centrada en los telómeros, esas estructuras que protegen nuestros cromosomas. Con el paso del tiempo, se acortan y este desgaste está relacionado con enfermedades asociadas al envejecimiento, como la fibrosis pulmonar. Su grupo ha demostrado que este proceso es clave en el deterioro celular y trabaja en posibles terapias basadas en la activación de la telomerasa, la enzima encargada de reparar los telómeros.
Aunque aún quedan muchas preguntas por responder, el mensaje común de los expertos es claro: comprender cómo influye la alimentación en estos mecanismos nos acerca a un envejecimiento más saludable. Y todo apunta a que comer menos, de forma equilibrada y controlada, podría ser una de las claves para vivir más y mejor.