Se cumplirán cien días este miércoles de un mundo que se gestiona diferente. El impetuoso regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha desatado una tormenta que ha sacudido el orden mundial emanado de la Segunda Guerra Mundial y el sistema tradicional de alianzas geopolíticas. A esto se suman el rediseño de las estructuras del comercio global y la puesta a prueba de las instituciones de Estados Unidos y, por supuesto, del sistema de contrapesos que ha sido un referente de la democracia.
Trump llegó con vientos casi de categoría de tormenta. La suspensión de la cooperación internacional, el cierre de instituciones emblemáticas usurpando las funciones del Congreso, el recorte de aportes a prestigiosas universidades porque se resisten a su línea, el acoso a medios de comunicación por no llamar golfo de América al golfo de México, el despido de miles de funcionarios, entre muchas acciones, van quedando en el camino.
Todo ello, además de 137 órdenes ejecutivas, 36 memorandos y 39 proclamaciones en las que ha vertido de un plumazo prácticamente todas sus promesas de campaña y ha llevado muy lejos su lema de ‘América primero’. Esto se ha traducido en una política aislacionista en la que se retiró de la Organización Mundial de la Salud y del Acuerdo de París, y refuerza el discurso de anexarse o asumir el control de territorios como Canadá, Groenlandia y el canal de Panamá en una estrategia transaccional de toma y dame que para el grueso de los analistas está poniendo en riesgo el liderazgo global de la superpotencia estadounidense con sus principios de libertad, democracia y respeto de los derechos humanos y de la ley internacional. Claro que hay una institucionalidad. Las cortes, como se esperaba dentro de una democracia, han logrado frenar varias de sus más aventuradas intenciones, lo que ya las está haciendo blanco de sus dardos.
El mandatario estadounidense muestra empeños de paz, es verdad, pero los hechos y los intereses son más complejos que el deseo atropellado. En ese contexto no extraña su propuesta de paz instantánea para Gaza, que incluía un paquete para convertir la franja mediterránea en un gran resort de lujo, sin palestinos a la vista; o la de paz para Ucrania, en la que sacó del aislamiento al expansionista presidente ruso, Vladimir Putin, a costa de la integridad territorial ucraniana y de los sustentados temores de Europa sobre su seguridad. Aunque en campaña Trump prometió desactivar estos conflictos en días, sus intenciones han sufrido un golpe de realidad. En Gaza, lamentablemente los rehenes israelíes siguen en poder del terrorismo de Hamás, mientras continúa el escandaloso conteo de civiles palestinos muertos; entre tanto, en Ucrania no avanza ni siquiera un acuerdo de alto el fuego en el que Trump se empeña en forzar a que el presidente Volodimir Zelenski acepte las pretensiones territoriales de Moscú. Por lo pronto, y por desgracia, el buen propósito de propiciar un acuerdo de paz, porque hay vidas en juego, se ve lejano.
En lo que sí puede proclamar victoria es en el sensible asunto de los migrantes irregulares. Prometió sellar la frontera y deportaciones masivas (con papeles o sin papeles) y lo ha cumplido, y, de hecho, ha ido más allá. Incluso, a costa de la legislación interna, y ha impuesto a través de amenazas su voluntad a las naciones para que frenen la inmigración desde la ruta, al punto de que el Gobierno panameño reconocía esta semana que la crisis migratoria ya no existía en el Darién. Algunos países ahora están viviendo el proceso de la migración inversa.
«El riesgo de una recesión mundial y el frenazo al crecimiento global, que apenas será de 2,8, según anuncios del FMI, podrían estarse convirtiendo en un tiro en el pie. Las encuestas comienzan a serle adversas«
Y nada tan disruptivo como la guerra comercial al compás de los aranceles impuestos prácticamente a todos los países del mundo. El riesgo de una recesión mundial y el frenazo al crecimiento global, que apenas será de 2,8, según anuncios del FMI, podrían estarse convirtiendo en un tiro en el pie. El aumento del costo de la vida y de la inflación podría amargarle la fiesta al mandatario. Según una encuesta del Pew Center, solo el 40 por ciento de los estadounidenses aprueban su gestión (la más baja para unos 100 días). Y en una muestra de Fox, canal que le es favorable, un 60 por ciento critica su manejo económico.
Lo que pasa en EE. UU. no se puede mirar desde la barrera. Colombia, por ejemplo, debe entender la nueva realidad, debe haber cautela y prudencia, para lo cual es esencial insistir en la sensatez que debe primar en el Ejecutivo a la hora de sus pronunciamientos, y en cambio reforzar la comunicación a través de los canales diplomáticos y comerciales. Se ha visto que Trump tensa la cuerda, pero sabe aflojar si hay más muestras de acuerdo que de discrepancia. Y ese es un reto urgente.
Trump apenas empieza y hay que lidiar con él. Y por el bien del planeta es de esperar que la institucionalidad, la realidad objetiva y el temor de una opinión pública en su contra hagan que serene sus ímpetu para que EE. UU. siga siendo una potencia respetable, una democracia plena y aún el sueño de muchos.
EDITORIAL
*Por su interés, reproducimos este artículo publicado en El Tiempo.
Editorial de EL TIEMPO del 27 de abril de 2025: Cien días de vértigo