Hoy: 24 de noviembre de 2024
RAFAEL FRAGUAS
Ha llegado el momento de decirle al pueblo de Israel que ha contraído una responsabilidad histórica inconmensurable: la de detener la locura a la que le han arrastrado Benjamín Nethanyahu, los generales Yohav Gallant y Halevi Herz, con su Estado Mayor, y un Consejo de Ministros tan fanatizado como todos ellos. Su furia se ha propuesto impregnar los corazones e impulsos de miles de jóvenes reclutas judíos para que se tomen la injusticia por su mano y muchos de ellos, por orden de aquellos, se han visto convertidos ya en homicidas de miles de niños, mujeres, ancianos y civiles indefensos. Gaza, Cisjordania y Líbano son el escenario de esta sinfonía de sangre y destrucción. ¿Podrán esos homicidas a gran escala convivir con la memoria de sus actos?
Defenderse de un atentado, por terrorista que fuera -y el de la brigada Ezzedin Al Qassem de Hamas en suelo de Israel el 7 de octubre de 2023 con sus 1.200 muertes y centenares de rehenes lo fue-, no puede implicar la aniquilación de población en fuga como la de la franja de Gaza: hasta 42.000 de sus moradores ha muerto bajo sus bombas, algunas de más de 500 kilos, mucha otras de ellas de fósforo blanco, el mismo que queda impregnado -para siempre- en la tez y la aromada piel de miles de bebés entre los 20.000 niños que han encontrado allí la más horrorosa de las muertes.
¿Es que no queda un ápice de piedad o de compasión en los corazones de esos soldados o pilotos israelíes veinteañeros, cuando descargan el fuego de sus armas automáticas o sueltan sus bombas de gran tonelaje sobre hospitales sin agua, ni luz eléctrica, ni incubadoras hábiles, sin plasma sanguíneo, sin fármacos, atestados de niños despavoridos por el terror y de madres de corazones desgarrados sin otro lugar al que huir para refugiarse? ¿Matar a un miliciano de Hamas, supuestamente refugiado en un centro hospitalario, ha de implicar cada tarde y durante los 11 meses que dura este martirio, la aniquilación de una treintena de civiles, niños incluidos, y la destrucción de edificios enteros? ¿Qué tipo de ser dicta esas órdenes que siegan la vida a seres a los que se arrebata para siempre su derecho a vivir, invocando sus asesinos una interpretación inhumana del derecho de Israel a defenderse? ¿No queda allí un solo corazón valiente de un soldado que denuncie las atrocidades cometidas contra el pueblo palestino? Tal vez la represión interna en Israel adquiere dimensiones elevadas, silenciando cualquier foco de disidencia, pero ha de ser posible romper ese y tantos otros cercos.
Detener la mano criminal de Nethanyahu y sus halcones es responsabilidad ineludible porque, también, puede llevarte, pueblo de Israel, al abismo de tu propia destrucción. Ahora, ese Primer Ministro réprobo de la justicia de Israel, más el halconato que le rodea y sus irresponsables ministros, se plantean presumiblemente atacar a Irán, 80 millones de habitantes, en otra vuelta de tuerca del dogal que acabará por asfixiarte, tras incendiar todo el Medio Oriente. En esta nueva locura, ellos contarán muy probablemente con la bendición o el silencio, ambos inmorales, de cualesquiera de los dos candidatos a la presidencia de los Estados (des)Unidos, Trump y Harris, hoy litigando sobre una sociedad hondamente escindida, en crisis ideopolítica y en riesgo potencial de contienda civil, con la añadidura de dos intentos, hasta ahora frustrados, de magnicidio y una población con holgada tenencia de armas que proyecta sobre sí el riesgo potencial de una contienda civil, cuyo preludio vimos en el asalto masivo y violento del Capitolio de Washington, el 6 de enero de 2021, por parte de seguidores del entonces derrotado candidato Donald Trump.
Semanas atrás de ahora, los manifestantes, muchos de ellos judíos, de los 150 campus universitarios estadounidenses alzados contra el apoyo de la Casa Blanca a Israel en su lucha de aniquilación de Palestina, coreaban consignas en las que alertaban de la marea de rencor desatada por los dirigentes israelíes: una marea que, temían, se irá sedimentando inquietantemente en los ánimos de millones de árabes, musulmanes o no, algunos de los que tarde o temprano, se propondrán borrar a Israel de la faz de la tierra.
Alto pues a esta bárbara y criminal actitud de la cúpula político-militar de Israel. La errática conducta transgresora de esa clique de matones frente a todos los protocolos, resoluciones, negociaciones y acuerdos internacionales para detener esta y tantas otras matanzas y exilios de palestinos, desde 1948, han erosionado y desacreditado premeditadamente el papel pacificador de Naciones Unidas, organización surgida precisamente para impedir las causas y efectos de una Segunda Guerra mundial, que los dirigentes israelíes se arriesgan a reeditar ahora su detonación en una Tercera Guerra Mundial de efectos, presumiblemente, aún más sangrientos y devastadores que aquella, dada la sofisticación del armamento en presencia. Los intentos israelíes de pacificación, que los ha habido, como los recientes pactos de Abaraham, han sido demasiado efímeros y lábiles.
Tras pergeñar la nueva guerra contra Irán, guerra frontal que la cúpula política iraní no desea, ¿saben sus inductores, los halcones israelíes, qué actitud adoptarán Turquía, Siria, Egipto, Sudán, Yemen, incluso Pakistán, potencia nuclear, Arabia Saudí y los distintos Emiratos, cuando asistan al intento de pelar las barbas de su vecino persa? ¿Calibran los efectos de sus actos? ¿Tienen derecho a poner al mundo en ignición por las consecuencias reiteradas de su incapacidad política, o más bien por su pertinaz obcecación, para prohibir la colonización de Palestina a manos de colonos judíos llegados de todo el mundo, y hoy fuertemente armados, más la ocupación ilegal de territorios sirios y libaneses, unidos a la violación constante de la legislación internacional, los asesinatos selectivos de científicos o dignatarios de la zona y el pisoteo de las leyes de la guerra sobre protección de civiles y los derechos humanos? ¿Son capaces de percatarse de las vulnerabilidades que sus propios arsenales presentan?
El pueblo de Israel debe conocer el alcance de los actos irresponsables de sus dirigentes. Y Europa, hoy vergonzosamente callada, ha de denunciar este cúmulo de transgresiones criminales y caprichosas que han convertido a la camarilla dominante de Israel en el matón de la escena internacional. Ningunear al ministro de Exteriores de Europa, Josep Borrell, como hacen los líderes israelíes un día sí y otro también, exigiría por mero decoro continental -y como poco- la retirada de los embajadores de Israel en territorio europeo hasta que cese su humillación, que es nuestra humillación como ciudadanos. Los europeos no sabemos bien a qué esperan en Bruselas, la Haya y Estrasburgo a proceder contra tanta arrogancia. Tenemos derecho a exigir a nuestros Gobiernos que denuncien lo que sucede allí y que tomen las medidas necesarias para parar los pies a tanto criminal de guerra como los que por allí andan sueltos.
Mientras prosigue el aval estadounidense y el silencio europeo, las bombas siguen cayendo sobre Gaza; los soldados y colonos siguen asesinando palestinos en Cisjordania; el terror premeditado se instala en un Líbano martirizado por su totalitario vecino y los niños agonizan indefensos junto a sus padres muertos bajo el fuego. ¿Es esto lo que aguarda a los moradores de nuevos países del Oriente Medio y, quizá, quizá, mañana a nosotros mismos? ¿Tenemos derecho a callar ante tanta atrocidad premeditada? Los terroristas de octubre han conseguido convertir en terrorista al Estado que dice combatirlos. ¿De quién es la victoria?
Encender una pira es arriesgar la capacidad de apagar el fuego. No siempre este queda dentro de los límites que se pretenden. Una guerra se extiende permanentemente, ningún objetivo la justifica. Ya tenemos más conflictos que los que el mundo puede soportar. Tanta muerte inocente es inútil. Su resultado irreversible. Todos acabaremos perdiendo.
Es muy necesario que periodistas como Rafael Fraguas nos agiten las adormecidas conciencias.