Una ocasión única

24 de marzo de 2025
5 minutos de lectura
Este Trump es un cachondo
Bandera de Estados Unidos. /FI
RAFAEL FRAGUAS

El hoy valido imperial Elon Musk, que confiesa abiertamente a su biógrafo ser bipolar y asperger, está oficiando, sin saberlo, de sepulturero de los Estados Unidos de América

Salir de la crisis o salir del capitalismo en crisis. Tal fue uno de los dilemas de mayor impacto en las filas de la izquierda europea hace ahora cuatro décadas. La causa de tal impacto fue la rotunda expresividad de aquella dicotomía. Hoy, tal dilema se resuelve a favor de la necesidad de abandonar el barco del capitalismo, que hace agua por sus profundas contradicciones internas.

Así, pese a que parezca que vive en plena bonanza por la presencia en la escena de multimillonarios sin escrúpulos y precisamente por ello, vuelve a cobrar entidad la guerra a muerte que se libra entre los distintos capitalismos, el industrial, el financiero, el de Estado, el de las plataformas y el que, mediante el big data, ha convertido nuestros datos personales en plusvalía neta.

Esa honda fisura desgarra hasta su tuétano un sistema que en todas sus manifestaciones vive a costa de reproducir la desigualdad entre los seres humanos y alienta la guerra entre Estados. Guerra que también lleva hacia sus propias filas, hasta que uno de los contendientes se alce con el monopolio absoluto, a costa de liquidar a los demás capitalismos.

Aunque cueste creerlo, eso es lo que se está produciendo intra y extramuros de la superpotencia mundial, Estados Unidos. Afronta el principio de su declive tecnológico y comercial, preludio de otros y nuevos declives, con la histeria propia de quien sabe que la hegemonía mundial de la que gozó durante 80 años se escapa entre sus dedos sin poder asirla.

China le ha ganado la batalla tecno-comercial y el Sur global le ha arrebatado el monopolio monetario, invirtiendo el predominio del Norte rico sobre el Sur pobre por una feraz línea de intercambios desdolarizados entre el Sur y el Sur.

A la concepción unipolar del mundo, aventada desde Washington tras hacer implosión la Unión Soviética, se opone con más fuerza cada día el multilateralismo, porque la globalización, vista tiempo atrás como un asidero por Estados Unidos, ha mutado en herramienta paleo-emancipadora comercial y tecnológica frente al monopolio político y militar estadounidense.

La ocasión política es única para que la izquierda mundial tome las riendas del empujón postrero al imperio del país transatlántico que, por boca de su presidente, Donald J. Trump, regresa aunque no lo parezca, a su personalidad geopolítica insular y regional, blindado por dos océanos y con dos vecinos débiles, canadiense y mexicano, con una retaguardia a reconquistar, llamada Panamá, y una tierra helada hasta ahora baldía, denominada Groenlandia, hacia donde quiere expandirse en uno de los penúltimos coletazos imperiales que le quedan por sacudir. Pero ahora sin salir de su esfera geográfica continental, con la mira puesta en el surcontinente americano, secularmente avasallado.

El hoy valido imperial, Elon Musk, que confiesa abiertamente a su biógrafo ser bipolar y asperger, está oficiando, sin saberlo, de sepulturero de los Estados Unidos de América. La demolición premeditada de lo poco que queda del Estado federal a costa de cesar por decreto a decenas de miles de funcionarios, deja a los 300 millones de estadounidenses de a pie sin el menor asidero material y moral para reconocerse integrantes de una comunidad en la que comparten algo.

El triunfo del aberrante individualismo muskiano, tan caro a los guionistas de Hollywood y a los alienados pseudocientíficos tecnópatas de Sillicon Valley, es la derrota de la sociabilidad y de la conciencia nacional estadounidense, fuera de las patochadas ultranacionalistas del presidente del tupé anaranjado, en las que él mismo no cree. A nada que Musk prosiga durante unos meses más en su tarea desmanteladora de la estatalidad norteamericana, al igual que el imbécil sureño de la motosierra acomete en Argentina, Estados Unidos colapsará como sociedad y no será extraño que surja un salvador en clave rooseveltiana o macarthuriana, vestido de caqui o de civil, que se proponga atajar tanto desafuero apartando del poder al presidente y a su mecenas-bufón surafricano, con el ursulino J.D. Vance encabezando el desfile hacia la salida.

Europa, in albis

Entretanto, la Unión Europea ni se entera ni se espera que se entere de lo que está pasando. Úrsula von der Layen, presidenta de la Comisión Europea, promete recaudar -¿de quién, cómo y de dónde?- ni más ni menos que 800.000 millones de euros para armamento de última hora con el que dotar al Viejo Continente.

Esos pertrechos militares (¿a quién piensa comprarlos?) Estados Unidos lleva exigiéndoselos a Bruselas, vía OTAN, desde hace una década, pero la ginecóloga y controvertida ex ministra germana de Defensa y muchos de sus corifeos europeos creen que van a venir a Europa, cuando todo el mundo sensato sabe que se trata de convertir a nuestro continente en un escudo militar estadounidense contra China, a la que tiene jurada una guerra abierta a medio plazo.

Este y otros garrafales análisis señalan que Europa está noqueada por mostrarse incapaz de admitir que se equivocó con Ucrania, azuzada por el insular Reino Unido extraeuropeo y hoy a sus anchas, con la sorprendente venia francoalemana, dirigiendo la derrota de Europa continental contra Rusia, alentando a Kiev a una guerra con apoyo económico y militar a fondo perdido que Ucrania no va a ganar, porque no puede ganarla, y que, seguramente, va a perder.

Y ello, por muchas armas que acopie Volodomir Zelensky al que algunos apellidan ya, sarcásticamente, Kerensky, primer ministro ruso cuyo mandato entre julio y noviembre de 1917 remató el desplome total del régimen zarista y señaló el acceso de los bolcheviques al poder en Moscú.

Mientras tanto, Vladimir Putin deshoja la margarita sobre una supuesta tregua de las armas en Ucrania a la que se aviene acceder con determinadas condiciones. Y ello porque sabe que Trump va a pedirle que rompa con China, cosa que Putin, que tiene tablas políticas de corredor de fondo, parece que no cometerá tal error.

Pese al reciente tirón de orejas de Trump a Zelensky en la Casa Blanca, con el inquietante vicepresidente, J.D. Vance, como predicador de los buenos usos imperiales ya recordados recientemente por él a los europeos en Múnich, el dirigente ucraniano sigue pataleando y se erige en acusica Barrabás del presidente ruso que parece contar con todas las papeletas para llevarse el premio gordo de la rifa geopolítica en ciernes, a no ser que surjan sorpresas inesperadas, allí o acullá, con fuego real o de artificio.

A la izquierda europea, partidos y sindicatos, movimientos sociales y minorías explotadas, no le vendría mal reparar en algunas de estas certezas, tan extendidas entre la ciudadanía continental, y volver a idear una teoría renovada, con ingredientes básicos de clase, capaz de guiar una práctica política basada en la lucha por garantizar democráticamente las condiciones de existencia de las mayorías sociales.

Estas condiciones se hallan hoy en trance cierto de caer su gestión en manos de los herederos voluntarios de quienes desangraron a Europa y a medio mundo por sus ínfulas megalómanas, coloniales y fascistoides, inquietantemente muy semejantes a las que estamos viendo rampar allende el océano. Salir del capitalismo en crisis es hoy una ocasión, quizás única, para abandonar sus luctuosas telas de araña, con las que lleva envolviendo a las gentes de bien de medio mundo desde hace ya demasiadas, demasiadas décadas.

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