Con él llegó el escándalo callado de la perversión. Sus cejas de triángulos masónicos y la risita sibilina de los que sólo saben mofarse de los demás por dentro, dejaron en el aire una sospecha de ruindad con traje de alpaca. Pronto vino su desesperación de ir agrietando una sociedad que apetecía horizontes luminosos y no indigencias históricas que él trató de resaltar perjudicando a la mitad de los españoles y buscando, solapadamente, el modo de enfrentarlos.
Se vio con Obama en Estados Unidos creyéndose un Mesías con ángeles de negro desfigurados en el blanco de la Casa. Pronto se oscurecieron sus oscuridades con leyes que distraían su verdadera intención de enriquecerse.
Contribuyó mucho a que aquí nadie se fiara de nadie, por eso le pidió a sus guardaespaldas que encontrasen un cañaveral sin sonidos, sin coberturas que pudieran ser más tarde testigos de su impudicia. De entre la espesura salió con los labios fruncidos, como quien no pudo evitar el veneno de ser descubierto en la maleza.