Cajita de polvos

15 de abril de 2025
1 minuto de lectura

También hoy he recibido carta de Margarita. Para que ustedes lo sepan, Margarita es una profesora de universidad cubana que ha de tener poco más de cincuenta años y va a clase todos los días con la misma ropa de cuando Cuba era una provincia más de aquella España anterior a Unamuno, a Ortega. De aquella España atada por mil cadenas, cansada y libre de navegar llevando a todos sitios fe, regalos y palabras.

A las nueve en punto llega con su abanico de la misma tela que los trajes y, al mismo modo que dicen que doña Concha Piquer salía a escena para cantar Eugenia de Montijo. Margarita despliega sus abanicos malva, rosas, blancos con la intención sola de renovar el aire, quemado y espeso, del Caribe. En las orejas, lleva Margarita unas onzas de oro pequeñitas, de las que llamaban alfonsinas, que fueron parte de las arras con que sus abuelos se casaron en la catedral de Burgos antes, también, de que estuviera renovada como ahora.

Pero Margarita me escribe esta vez con un gozo nuevo: acaba de ofrecer en la universidad un ciclo de conferencias sobre san Juan de la Cruz. Ella misma, con la fuerza delgada de un vestido de encaje y su abanico a juego, ha abierto las sorpresas de la palabra sanjuanista a más de mil muchachos, a doscientas sesenta jovencitas de ojos oscuros que han descubierto por primera vez una “Llama de amor viva” sin añadir más calor a su normal temperatura. Margarita quiere regalarles una libertad que permite ser y decidir los propios amores, que suscita desvelos y aparta desdichas. Una verdad en el poeta, a punto siempre de nacer, que invita al baile de las palmeras del alma, que regala descanso de ojos abiertos. Margarita no ha tenido presupuesto para invitar a especialistas de otros países a que refuercen la magia del santo carmelita: pudo escoger entre cuatro compañeros, comprometidos también con la poesía y el encantamiento.

-Ahora que llega la Semana Santa, me dice, un incensario de aromas contagiosos cruza el Malecón, en cuyas aguas se renueva cada día la esperanza.

Al final de la carta, como una niña que esperara ocasión para su confidencia, me regala, falsamente ofendida, la noticia:

-¿Sabes cómo me han puesto de sobrenombre en la universidad?… Cajita de polvos. Es verdad que procuro maquillarme bien cada mañana… ya sabes, las arrugas no deben notarse demasiado, ni las lágrimas de cuando lloramos por tanto como aquí hemos perdido, por tanto como en tu País nos olvidaron.

Pedro Villarejo

4 Comments Responder

  1. Este Domingo de Ramos me despierto como últimamente,con esas ganas de saborear, mi lectura matutina.
    Como siempre, me ha llegado, y me he sentado en la bancada, para observar a Margarita , he olfateado el olor a salitre….de ese mar del Caribe.
    Guarde ese «don» maravilloso ,que Dios le dió, mi queridísimo Duende, hace el pequeño milagro de hacernos soñar con esas historias tan bien contadas.
    Un cariñoso saludo y gracias.

  2. Agradezco de corazón los parabienes. Les recuerdo que diariamente en FI escribo un candil «pequeñamente». Y, por si a alguien le interesa Ed. Vitrubio acaba de reeditar mi libro García Lorca en Buenos Aires.

    Un cordial abrazo

    Pedro

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