(Dedicado a la procuradora de los tribunales Valentina López Valero. Ilustración: Rafael Bonacasa)
Son ya muy pocos, pero algunos quedan. Reos de edad avanzada, como seres atávicos, provenientes de la desigual lucha de los tiempos en los que en este país solo se perdía. La mirada ya apagada, como el gladiador que después de tanta lucha es consciente que está llegando a su definitiva derrota. Durante el servicio de guardia sentado en un banco del centro de detención me he encontrado al que en otros he visto muchas veces.
A su lado entablo conversaciones ya olvidadas con alguien que se sabe que ya perdió de antemano. No entiende como todavía malvive cuando otros con menos motivos ya se encuentran definitivamente ausentes. Le pregunto por sus cosas y su vida y con recuerdos entrecortados me relata aspectos de su existencia resumidas en casi una plegaria:
“Sé que algún día de nuevo me detendrán. Me despojaran por última vez de todo aquello que en realidad sobra, la raíz de mi origen, mi nacionalidad, mi identidad. Me abandonaran los altruistas porque de nada les serví y todo su esfuerzo les fue vano, mi compañera ya que no fui quién ella esperaba, mis hijos porque nada quedó de aquello que pensaban desde el principio que era suyo.
Los Servicios Sociales huidos porque frustré sus expectativas. Perderé la brújula por innecesaria ya que nadie me esperará en ningún sitio. Seguiré siendo anónimo para los demás y ajeno para mí mismo. El último reducto inquebrantable será el mar o de nuevo la cárcel. Diré adiós definitivamente a mis amigos, compañeros de un incierto viaje, porque no estuve cuando ellos estuvieron y porque cuando aparecí ya nadie quedaba”.