“La regeneración democrática no es más que un grupo de brókeres decidiendo bajo que reglas debe regirse el mercado”
Hay males que vienen para quedarse. Se afianzan, sin remedio, como una deuda no transitoria. De nada vale extender pagarés a fecha fija para el cobro si resultan impagados. Su vocación de permanencia les hace tan leales como el amante que espera.
No mutan, ni pretenden aparentar lo que no son. Les basta con que el otro conozca que están presentes, que no hay posibilidad de abandono. Tan corteses como el invitado que se opone a abandonar la velada, y se aferra a su copa como si contuviera el elixir que debería salvarnos a todos.
Ciertos sujetos son de esa clase, también sus asesores y acompañantes, caminantes sin rumbo agradecidos por lo que desconocen. Tan satisfechos consigo mismos como el operario chapuza al que todo le vale.
No creo que los merezcamos a pesar de lo que ellos piensan. Contrariamente al pensamiento general se ven como acreedores por actos que de nada sirven y que además nadie les ha pedido. Son tan innecesarios como una tempestad y tan inútiles como un día perdido en el desierto.
Mejor que contuvieran el aliento y se marcharan a cualquier lugar donde no estorben. Ese sería el mejor de sus gestos, con despedida entre aplausos. Algunas veces desearíamos estar en otro sitio, en cualquier otro lugar en el que ellos no nos molestasen. En cualquier caso deberíamos evitar que finalmente nos acabemos reconociendo en ellos.