El comportamiento errático del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en su primer debate con su oponente republicano Donald Trump, ha complicado en gran medida lo que hasta esta madrugada parecía estar completamente claro para el mandatario en relación a su nominación final en la convención demócrata de Chicago.
Tras la conclusión del debate, numerosos responsables de campañas electorales, tanto pasadas como actuales, así como incluso legisladores del partido Demócrata, todos bajo condición de anonimato, expresaron su consternación con la falta de claridad de ideas del mandatario y la manera en la que Trump explotó en su beneficio las constantes dudas sobre la capacidad de mando del presidente dada su avanzada edad.
A tal punto llegó la situación, que los consultados flotaron nombres concretos para sustituir a Biden en caso de emergencia, como los del progresista representante saliente por Nueva York, Jamaal Bowman, la gobernadora demócrata por Michigan, Gretchen Whitmer, o el gobernador de California, Gavin Newsom.
Nadie, sin embargo, ha discutido públicamente semejante posibilidad y, de puertas hacia fuera, han declarado su respaldo sin fisuras al mandatario de cara a la convención que comenzará el 19 de agosto; una ceremonia en la que, con las reglas en la mano, Joe Biden es prácticamente invulnerable salvo que se den un par de circunstancias excepcionales.
La primera es que Biden anuncie su retirada de la carrera electoral y, con ella, la anulación del proceso entero de primarias. Biden ha conseguido durante estos últimos meses unos 3.900 delegados, de sobra para garantizar la nominación al final. Es un proceso personalista — los votos iban directamente a la figura de Biden — que carecería de sentido si el presidente decide finalmente abandonar la carrera electoral.
Si esto ocurre, la convención entraría en un modo de emergencia, con la convocatoria inmediata del pleno del Comité Nacional del Partido Demócrata, unos 500 miembros asignados para decidir un nuevo proceso de candidaturas y los 4.000 delegados mencionados pasarían a segundo plano en favor de los llamados superdelegados, unos 700 representantes y altos cargos del partido con mayor peso de votación.