Padezco melancolía, tristeza; estoy atiriciado desde niño a la fecha… La muy maldita y perra tristeza se afeita conmigo, se acomoda en mi cama a mi lado. Si viajo, la muy ladina no tarda en localizarme… No todos pueden con ella, desgraciadamente
Gracias por leerme y atender estas letras. Sea en papel o, como es lo de hoy, en plataformas digitales −como ocurre ya en casi toda la población−, siempre lo agradeceré, porque usted es quien manda y me debo a usted, cada vez que me felicita (o polemiza y me critica) por mis textos. Gracias de nueva cuenta. Comenzamos estas notas garabateadas en mis cuadernos de fibra italiana… Es el mal del siglo 20 y 21. Es una bestia apocalíptica sin brida ni bozal. Es la melancolía, la tristeza, la temida ictericia.
Lo que hoy se conoce con un término domesticado: “depresión”. Sí, como si fuese algo climático; como una “depresión tropical”, advierten y dicen los locutores que le previenen del clima mañanero en la televisión. Pero lo bien cierto es lo siguiente: para los atiriciados de alma y corazón, la emperrada tristeza sólo se cura de una manera posible: suicidándose. Lamentablemente. Para los atiriciados es tal y tanta su congoja que no les duelen los músculos, los tendones, los huesos, no. Les duele eso llamado alma, como bien lo dijo un alcohólico y deprimido, el escritor inglés Malcolm Lowry en su novela “Bajo el Volcán”.
Cada vez que ocurre lo anterior, cosa ya harto seguida y recurrente para desgracia de todos, recibo hartas llamadas y comentarios. Todo mundo sabe y recuerda de mis textos al respecto, desde hace años a la fecha. Un secretario de Salud del estado, en un sexenio anterior, dijo en una entrevista: “el maestro Cedillo fue el primero en tocar la campana de alerta en tan delicado tema de salud mental”.
Usted lo sabe, padezco melancolía, tristeza; estoy atiriciado desde niño a la fecha. Pero gracias a Dios, tengo años controlado al respecto. Pero no siempre ha sido así. La muy maldita y perra tristeza se afeita conmigo, se acomoda en mi cama a mi lado. Si viajo, la muy ladina no tarda en localizarme. Si estoy en soledad, se acomoda codo con codo conmigo. Si estoy acompañado en un restaurante, pues igual, me coquetea, me sonríe desde su silla cárdena. Pero la veo de reojo y la tengo controlada a la muy desgraciada. No todos pueden con ella, desgraciadamente.
Dice un poeta atormentado, como lo fue Gérard de Nerval: “Yo soy el tenebroso –el viudo– el desconsolado/ Príncipe de Aquitania de la torre abolida,/ murió mi sola estrella –mi laúd constelado/ ostenta el negro Sol de la melancolía…”. Pues sí, este tono crepuscular y adolorido es el sino característico de estos humanos (muy jóvenes, cada vez más jóvenes) melancólicos, los cuales ven al final del túnel un sol negro de melancolía. No escapan por la puerta falsa (al suicidarse) ¡Patrañas! Hay que borrar del lenguaje lo anterior. Es una puerta que ellos visualizan como salida y salvación a tanta y tanta congoja.
Nota 1: El pasado 13 de abril, mi celular no cesaba de sonar y recibir mensajes. Todo mundo me contaba de un día negro (casi todos los días lo son ya, por uno u otro motivo: suicidios, muertes de tránsito por alcoholismo, guerras de pandillas, suicidios, venganzas, violencia urbana…). El día 12 de abril, tres colgados. Tres suicidios en la región. Un joven de 23 años, una mujer de 32 y una niña de 15. ¡Caray!
Nota 2: Pero antes, apenas el día de ayer, un suicidio diario y recurrente era noticia; hoy ya se dan días de tres suicidios o de cinco, pero ya a nadie importa ni impacta: la deshumanización grave y total. El martes 3 de junio, con minutos de diferencia, tres varones se quitaron la vida. Un diario de la localidad tituló su portada: “Hora suicida se lleva a 3”. Mucho por analizar debido al infernal clima, el cual nos asiste e influye en el estado de ánimo de los humanos.
Nota 3: En cinco meses (enero y hasta la primera semana de junio), van en la Región Sureste de Coahuila 64 suicidios. Cuando el año anterior y en el primer semestre fueron 57 suicidios. El incremento no es gratuito y sí preocupante.
Nota 4: ¿Qué hacer? Pues tratar de ayudarlos. Acompañarlos. Guiarlos. Caminar con ellos de la mano. Ofrecerles, a los tristes de ojos y corazón, una mano firme y amigable, sin juzgarlos. Dice un poeta atormentado, lo fue Gérard de Nerval: “Yo soy el tenebroso –el viudo– el desconsolado/ Príncipe de Aquitania de la torre abolida,/ murió mi sola estrella –mi laúd constelado/ ostenta el negro Sol de la melancolía…”.
Nota 5: Pues sí, este tono crepuscular y adolorido es el sino característico de estos humanos (muy jóvenes, cada vez más jóvenes) melancólicos, los cuales ven al final del túnel un sol negro de melancolía. No escapan por puerta falsa (al suicidarse), patrañas, hay que borrar eso del lenguaje, es una puerta que ellos visualizan como salida y salvación a tanta y tanta congoja.
Nota 6: ¿Cuánto contribuyen los celulares “inteligentes” y las redes sociales a este tremendo y grave flagelo en la actualidad? Hoy hay mucha información y poca reflexión. Los atiriciados, que dormitan con el negro sol de la melancolía −de Nerval− sobre sus vidas y espaldas, son legión y, por lo general, sólo esperan el momento más atinado del día y la noche para ponerle solución a su vida: morir.
*Por su interés, reproducimos este artículo escrito por Jesús R. Cedillo, publicado en Vanguardia |MX.
Block de Notas (62): Una bestia apocalíptica sin brida ni bozal