Vivía apenas entre memorias deshechas. Sus hijos la habían llevado a un lugar donde mejor estallaran sus pensamientos contra la blancura del tabique de enfrente. Tiene alzheimer, me dijo una señorita de uniforme que entraba y salía con sopas rancias, tenedores romos y cuchillos sin afilar. ¡Tiene alzheimer!… pero la señora, cuando nos quedamos solos, regresó de sus dulces disparates para enjuiciar el tiempo que vivimos:
-Desde que estoy aquí, desasistida de besos, acalorada entre los fríos, siento que de España han huido todos los ángeles. San Rafael me parece que ha sido el primer ángel fugitivo: antes nos acompañaba a tomar decisiones, a recorrer los caminos, ahora veo cómo se cae en el precipicio donde sólo la mentira y la crueldad levantan los brazos para sujetar a los que no supieron ir solos a ningún sitio. San Gabriel ha dejado de anunciarnos salvaciones nuevas; ya no pide renuncias porque sabe que nada valioso nos queda que ofrecer…
La señora no probó la sopa que, por el sonido de la cuchara, se veía huérfana de trocitos de jamón o de fideos. Ella no tenía alzheimer, los ángeles la visitaban.