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Ámsterdam

Hace diez días, casualmente y por invitación de unos amigos, fui a Ámsterdam para el cumplimiento de una promesa laica: visitar el museo de Van Gogh. La noche anterior al plan establecido, con clima excepcionalmente bueno, estuve sentado en el Majestic tomándome una cerveza fresca, esponjosa y carísima: la contemplación desde allí del palacio real y el monumento a la paz de la Plaza de Dam, merecía la pena, como es inmensamente agradable beberse un capuchino en la Plaza Venecia, más o menos al mismo precio. En el Labra de Madrid, cuyos mármoles son testigos de la Fundación del Partido Socialista, que en paz descanse, se comen cuatro bacalaos con caña por menos precio…

Pero yo, que venía hoy a escribir sobre el imponente amarillo de Los Girasoles, se me ha cruzado en el camino una reyerta incomprensible entre los seguidores del Ayax y el Maccabi Tel Aviv. Los holandeses son educados, algo fríos y piensan siempre cómo las aspas de sus molinos de viento van triturando la vida. Sólo son descomedidos con las bicicletas.

Espero y deseo que tan extraña violencia entre canales, pronto haya desaparecido con el sereno murmullo del agua.

pedrouve

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