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¿Alianzas eternas?

Joe Biden y Pedro Sánchez. | EP

RAFAEL FRAGUAS

Las alianzas geopolíticas entre Estados no deben ni pueden ser eternas. Cabe recordar al inglés lord Palmerston cuando afirmaba: “El interés permanente del Reino Unido consiste en no tener aliados permanentes”. Sin caer en deslealtades hacia nuestros amigos ni en descarnados pragmatismos, conviene revisar de vez en cuando los tipos de alianzas que vinculan a España con determinados aliados; vínculos que, por sentido común, han de basarse en la existencia de beneficios mutuos. Nos preguntamos entonces, ¿qué beneficios extraen Estados Unidos y nuestro país de la alianza militar, diplomática, política y geopolítica trabada durante la dictadura franquista con el entonces inquilino de la Casa Blanca, alianza que dura hasta nuestros días?

Está claro que esas relaciones se escoran, ya desde entonces -70 años- a favor del enorme país transatlántico: bases militares de enorme interés estratégico para la US Army en las localidades andaluzas de Rota y Morón; control de la VI Flota estadounidense sobre la entrada y la salida del Estrecho de Gibraltar; permanente disponibilidad de las Fuerzas Armadas de España para cubrir misiones de la OTAN dondequiera que Washington desee; estricto alineamiento español con las directrices financieras emanadas de Wall Street; seguimiento disciplinado de las medidas económicas punitivas como bloqueos, sanciones y otras disposiciones de Estados Unidos sobre terceros países; vía libre, completa y expedita, exigida a España para el trasiego, por ejemplo, de presos afganos hacia la prisión de Guantánamo (¿recuerdan?) o para ejecutar misiones bélicas, de policía y de apoyo logístico autoasignadas por Estados Unidos a sí mismo, versadas hacia el Norte de África y el Sahel; ruta abierta a los buques de la US Navy y a las aeronaves del Air Force (¿recuerdan las bombas termonucleares de Palomares?) rumbo al Medio Oriente, con tropas y armas; enemistad impuesta a capón a España, por mandato de Washington, contra China y Rusia, Estados ambos convecinos del continente eurasiático donde España se inserta… podemos seguir indefinidamente.

Preguntémonos ahora qué beneficios extrae España de su alianza con el país norteamericano: …. militarmente, resulta evidente que el diseño de la doctrina militar de nuestras Fuerzas Armadas se conforma a la lógica de la mal llamada Alianza Atlántica, hegemonizada por Washington; diplomáticamente, resulta cada vez más irrelevante la ya escasa autonomía que la Unión Europea deja al ejercicio de la soberanía de España, que se ve más eclipsada por las imposiciones geopolíticas de Washington a Madrid; la supuesta protección militar estadounidense a nuestro país, vía OTAN, (¿nos protege de qué, de quién?) resulta que no cubriría un eventual ataque de las Reales Fuerzas Marroquíes contra España; en este sentido, sería interesante confirmar, como se especula fundadamente, si las presiones sobre el Gobierno español para alterar su política hacia el Sahara no fue una imposición de Israel a Estados Unidos para que el Estado judío desplegara sus acuerdos de Abraham con Marruecos: a Rabat se le ofrecería el país saharaui en bandeja y a Madrid se le cerraría la boca amagando con llevarse al Rif el Escudo Antimisiles hoy en Rota….

Cabe razonar sobre si la imposibilidad de abandonar el bloque denominado occidental, obligado paradigma a obedecer durante la Guerra Fría, sigue hoy vigente, a la hora de reivindicar las mínimas cuotas de soberanía de la política exterior de un país teóricamente soberano como España. Si, como por el momento parece, no podemos desengancharnos del carro que tira de ese bloque, sí cabría revisar esas relaciones hispano-estadounidenses en una clave digamos que equilibrante, que mitigue la atosigante supremacía estadounidense sobre la vida política de su aliado ibérico. Claro que, antes, no estaría de más que dejaran de enviar como embajador en España al muy respetable decorador de la mansión de Michelle Obama, gran cualificación la de decorador para representar al gran país transoceánico en un veterano Estado europeo… Desde Henry Cabot Lodge, no se recuerda por estos lares un diplomático de nombradía entre los enviados a España, entre los que figuró aquel Terence Todman, (embajador en Madrid entre 1978-1983), tan comprensivo él con el golpismo. Todavía resuenan las palabras del Secretario de Estado norteamericano (ministro de Exteriores), general de cuatro estrellas, Alexander Haig, en referencia al intento de golpe de Estado de 23 de febrero de 1981, que definió como “un asunto interno”. Su insólita sentencia se produjo cuando el Congreso de los Diputados, expresión democrática de la soberanía nacional, se hallaba secuestrado a mano armada por guardias civiles al mando de un golpista confeso.

Lo dicho se refiere a la conducta de la élite de la política estadounidense hacia España, no al pueblo norteamericano, al que la ayuda española contribuyó a acelerar su independencia de Inglaterra ya en el siglo XVIII; tal ayuda halló en la captura de Cuba y Filipinas a manos estadounidenses la moneda devuelta por tal apoyo. Empero, en 1936, el pueblo norteamericano envió a algunos de sus mejores hijos a combatir aquí al fascismo desde la heroica Brigada Lincoln integrada en las Brigadas Internacionales. Por cierto, dada la brava resistencia del contingente internacionalista en la batalla del Jarama, el nombre de este precioso río desapareció oficialmente de la toponimia castellanonueva franquista (-Rivas del Jarama fue trocada en Rivas Vaciamadrid, San Fernando de Jarama cambiada por San Fernando de Henares…) hasta que Rafael Sánchez Ferlosio lo rescató en su excelente novela del mismo nombre.

Si la derecha española detestaba a los gobernantes de los Estados Unidos por su expolio del imperio español, la izquierda comenzó a abominar de ellos solo cuando un presidente norteamericano, Dwight Eisenhower, general de cuatro estrellas, aunque vestido de civil, abrazó en Madrid a Francisco Franco dándole cuerda a su régimen dictatorial para 16 años más: las bases de Rota, Torrejón y Zaragoza valían la pena el gesto de abrazar al dictador, a la mayor gloria de los intereses hegemonistas de Washington.

Tiempo atrás, desde el área republicana, se veía a Estados Unidos, comprometido en la lucha contra Hitler, como futuro salvador no solo de Europa, sino también de España, de las garras del nazi-fascismo. Pero nuestros ingenuos republicanos de entonces, olvidaron pronto que no solo Inglaterra (“splendid isolation” pregonaba) y Francia, daban la espalda a su causa, sino también ignoraron que los 8 enormes tanques petroleros de la Texas Oil Company, estuvieron durante toda la Guerra Civil española suministrando crudo a las tropas de Franco, con la silenciosa aquiescencia de Franklin Delano Roosevelt. El presidente demócrata se hallaba a la sazón ensimismado en ganar la reelección presidencial y demasiado atento a la amenaza del cardenal Spellman de retirarle el voto de los católicos si el presidente decidía ayudar a la República española con suministros varios, armas incluidas. Pese a los ruegos prorrepublicanos de su esposa y pariente, Eleonora Roosevelt o los de los Secretarios (ministros) de Interior, Harold Ickes, de Hacienda, Henry Morgenthau y Agricultura, Henry Wallace, Franklin D. Roosevelt se asustó y se unió a la ominosa No Intervención. Por cierto, no estaría de más indagar, quien cuente con medios para ello, sobre la sintonía de la élite británica, Casa Real incluida, con el hitlerismo y si ello influyó en la consumada desafección antidemocrática de los de Albión.

En resolución: en vísperas de las reñidas elecciones del 5 de noviembre en Estados Unidos, no estaría nada mal que la política exterior española, que trata de mantener una posición diferencial respecto de la UE sobre las exacciones criminales de Benjamín Nethayahu en Gaza y Líbano, obtuviera algún grado de consenso de las fuerzas coaligadas en el Gobierno de Sánchez y también en la oposición, para disuadir a Washington de seguir apoyando al matarife, proseguir en su denuncia y extenderla hasta que el sentido común haga que los gobernantes europeos se percaten de todo lo que está en juego: ni más ni menos que la credibilidad sencillamente humana -y democrática- de la Unión Europea. Y, con respecto a Estados Unidos, que el Gobierno tenga en cuenta para afirmarse que las simpatías del pueblo español no abonan el apoyo militar, ya a cara descubierta, de nuestro aliado transatlántico a las locuras exterminadoras del arrogante carnicero de Gaza. Menos rearme y menos peligroso coqueteo norteamericano con Marruecos no vendría nada mal, y más autonomía estadounidense de Israel tampoco resultaría inadecuado, más bien sería lo estrictamente necesario. Gane quien gane en las urnas allende el océano, el/la futuro/a presidente/a debería reparar en que las alianzas no deben, ni pueden, ser eternas.

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