Hoy: 23 de noviembre de 2024
Investigadores del Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de Carolina del Norte han identificado una relación significativa entre el agrandamiento de espacios perivasculares en el cerebro de bebés y un aumento de 2,2 veces en la probabilidad de desarrollar autismo, así como problemas de sueño entre los siete y diez años posteriores al diagnóstico.
Durante el día y la noche, el líquido cefalorraquídeo (LCR) fluye a través de canales llenos de líquido que rodean los vasos sanguíneos del cerebro, conocidos como espacios perivasculares. Estos espacios son esenciales para eliminar neuroinflamaciones y otros desechos neurológicos, y su interrupción puede resultar en disfunción neurológica o retrasos en el desarrollo.
El profesor asistente de psiquiatría y miembro del Instituto Carolina para Discapacidades del Desarrollo (CIDD), Garic, afirma que “los espacios perivasculares podrían servir como un marcador temprano del autismo”, según los resultados obtenidos.
El estudio se centró en bebés con mayor probabilidad de desarrollar autismo debido a que tenían un hermano mayor con la condición. Al seguir a estos bebés desde los seis hasta los 24 meses de edad, el estudio, publicado en JAMA Network Open, reveló que el 30% de los bebés que posteriormente desarrollaron autismo ya presentaban espacios perivasculares agrandados a los 12 meses.
Desde hace una década, la investigación ha resurgido respecto a las funciones cruciales del líquido cefalorraquídeo (LCR) en la regulación del desarrollo cerebral. El estudio actual destaca que el volumen excesivo de LCR a los seis meses está relacionado con el agrandamiento de los espacios perivasculares a los 24 meses.
Cada seis horas, el cerebro expulsa una onda de LCR que fluye a través de los espacios perivasculares para eliminar acumulaciones potencialmente dañinas. Interrupciones en el sueño reducen la eliminación del LCR, y provocan agrandamiento, según estudios anteriores en adultos. Este estudio, el primero en niños, reveló que aquellos con espacios perivasculares agrandados a los dos años tenían mayores tasas de problemas de sueño en la edad escolar.
Garic, primer autor del artículo, destaca que “la asociación fuerte y a largo plazo durante la infancia muestra cómo los espacios perivasculares no solo afectan tempranamente en la vida, sino también a largo plazo”.
La investigación, realizada en colaboración con el Infant Brain Imaging Study (IBIS), destaca la importancia de monitorear las anomalías cerebrales en poblaciones más jóvenes. Los hallazgos sugieren que las anomalías del LCR en la infancia podrían influir en diversos resultados, desde el diagnóstico de autismo hasta problemas de sueño y neuroinflamación.
El equipo planea extender la investigación a síndromes neurogenéticos vinculados al autismo, como el síndrome de X frágil y el síndrome de Down, y explorar la relación entre el flujo del LCR y la fisiología cerebral en futuras investigaciones.