El año viejo y las 12 uvas del tiempo

31 de diciembre de 2025
3 minutos de lectura
Imagen creada con IA

No es la edad, sino la madurez, lo que marca el paso del tiempo
(Proverbio anónimo)

La última hora del 31 de diciembre no es un instante cualquiera en la cadena ininterrumpida de los días. Es un umbral filosófico. Mientras el mundo se dispone a un frenesí de brindis y promesas efímeras, esta medianoche se erige como la frontera más sagrada que el ser humano conoce: el límite donde lo consumado se encuentra con lo potencial. Este momento no solo marca la transición del calendario, sino que nos obliga a suspender el chronos (el tiempo medible) para entrar en el kairós (el tiempo oportuno, el tiempo del sentido).

El juicio de la conciencia

El Año Viejo exige una rendición de cuentas. No ante un tribunal externo, sino ante el severo y honesto tribunal de la conciencia individual. Al borde de la hora cero, somos convocados a realizar un inventario moral del tiempo que se desvanece. Debemos interpelarnos sin evasivas: ¿Hemos habitado el año con propósito o simplemente hemos sido arrastrados por la inercia? ¿A qué ideales hemos rendido servicio y cuántas oportunidades de crecimiento hemos dejado morir por miedo, por pereza o por la tiranía de lo urgente?

Esta reflexión colectiva resuena en los himnos populares que nos acompañan. Mientras que en el ambiente festivo de España la canción Un Año Más de Mecano nos recuerda hacer el «balance de lo bueno y lo malo» al pie del reloj, en la vibrante tradición latinoamericana, la canción El año viejo nos impone la gratitud con su célebre verso: «Yo no olvido el año viejo, porque me ha dejado cosas muy buenas.» La coexistencia de estos dos motivos —el balance crítico y el agradecimiento por el legado—, nos ofrece una visión completa. El final del año es un espejo que nos devuelve la imagen exacta de lo que fuimos. La pregunta fundamental no es «¿Qué me trajo el año?», sino «¿Qué entregué yo al año que se extingue?»

La alquimia del propósito

El ritual de las resoluciones de Año Nuevo es, con demasiada frecuencia, una farsa bienintencionada. La mayoría de los propósitos son declaraciones vacías que se evaporan con el primer soplo de rutina de enero. La verdadera alquimia del propósito no reside en la lista de deseos, sino en la metanoia, el cambio radical de la mente.

El año venidero no será mejor porque cambiemos el dígito del calendario, sino porque cambiemos la arquitectura interna de nuestra voluntad. El futuro no se construye con esperanzas pasivas, sino con la aplicación disciplinada y consciente de la ética y el intelecto. Si no logramos anclar nuestros deseos a una convicción profunda de transformación, la repetición de los viejos hábitos devorará la promesa de lo nuevo.

Las 12 uvas del tiempo y la soberanía del instante

Al sonar las doce campanadas, el ritual de las 12 uvas del tiempo nos regala la soberanía del punto cero. Cada uva, consumida al compás del destino y la fortuna, debe ser más que un simple acto supersticioso; es un compromiso solemne y consciente con la virtud que sembraremos en cada uno de los doce meses venideros. Es un instante de gracia temporal, donde el Universo nos ofrece un lienzo en blanco para reescribir nuestra narrativa existencial.

Es aquí donde debemos reafirmar que la vida no es una serie de hechos aleatorios, sino una obra maestra que estamos obligados a construir con cada decisión. El mayor desafío no está en conquistar nuevas cimas materiales, sino en conquistar la inconstancia propia. Que el brindis de medianoche sea una consagración al Ser que anhelamos manifestar: un compromiso con la justicia, la templanza, la compasión y la sabiduría, para que el tiempo que se nos otorga no sea un mero vacío cronológico, sino una existencia plena de sentido y trascendencia.

Brindemos no solo por lo que vendrá, sino por el valor y la disciplina necesarios para merecer un tiempo mejor.

Que el tiempo venidero se consagre a la más alta voluntad de Dios.

Que el Año Nuevo derrame sobre la humanidad la gracia de la salud y la prosperidad. Y que el amor y la alegría florezcan especialmente en el alma de mis amadas España y Venezuela.

¡Feliz Año Nuevo 2026!

Crisanto Gregorio León – Profesor universitario

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