La vida está ordenada en pequeños círculos de angustia, dorados, rojos a veces, como los aros de Saturno que, al mismo tiempo que sirven de defensa, impiden el regocijo de la libertad.
Aquí una flor. Allá un campanario, que enseña a todos cómo se descuelga el aire entre sonidos. Más cerca, dentro, un sinvivir de ausencias que acompañan la dulce turbación de la muerte… El problema de las rosas no es que mueran, sentenció una muchacha mientras preparaba un ramo, sino verlas morir sin que nadie pueda acudir a sus gritos perfumados de socorro.
Aunque también, lo mejor de la vida puede ser su desorden, salir entre suspiros al mar en un pequeño balandro con escasas provisiones, sentir cómo el agua nos advierte lo lejos aún que está la orilla y el indefinido oleaje que nos espera. O bajar las velas de la barca para no tener que defenderse de los vientos.
Pedro Villarejo