La deriva de los inocentes bíblicos concluyó en una serie de bromas colectivas con la idea de apagar en humor la sangre de los degollados. Recuerdo una magistral inocentada, creo que en la Codorniz, en cuya portada aparece un tren que ingresa en la boca de un túnel. Todas las páginas siguientes son láminas en negro hasta la contraportada, que de nuevo ofrece el mismo tren saliendo de lo oscuro.
Hoy la inmensa vulgaridad ha atrofiado el ingenio y, aunque no lo sean, prefiero tomar como inocentada las vacaciones de quince días que el presidente de Gobierno ha iniciado para festejar las imputaciones de su esposa, hermano y demás progresistas encaramados al árbol de la abundancia.
Inocentada puede ser también la propuesta desaforada de la ministra Yolanda solicitando inspectores que vigilen en los centros de estudio la pureza de Su Memoria Democrática, no vaya a ser que a algún profesor se le ocurra hablar de Franco…
Luego está lo del alcalde de Manacor o la ocurrencia de Juana Belarra, pero si lo cuento todo se acabaría “la inocencia”.