En confidencia de amigos lord Byron dejó dicho que estaba dispuesto a comprar la isla de Ítaca a cualquier precio. Supongo que desearía constatar si Penélope aún vivía esperando a su Ulises con la prenda de lana tejida durante el día y a la noche destejida.
El discurso del Rey , sentado o de pie, es un propósito de comprar Ítaca sabiendo que Penélope no existe. Todos los años sus palabras son aprobadas por los mismos y rechazadas por los de siempre. Su cantinela de generalidades se disuelve en benevolencia mientras las madres de familia sirven la sopa de mariscos. Nada nuevo, quizá esa sea la función más relevante de la monarquía: tejer y destejer la lana esperando inútilmente acabar con el abrigo que a todos nos cobije. Todo sigue igual, menos el Portal de Belén, que cada Navidad es más pequeño, como si ya estuvieran en Egipto.
Jesucristo estaba ahí, en un rincón del Salón de Columnas, esperando que el Rey agradeciera su gesta de nacer. Pero nada. La Navidad en España cada vez es más laica. Menos mal que el ayatolá Jamenei nos ha recordado desde Irán que el Hijo de Dios ha nacido para la salvación del mundo.