En un piso modesto de la calle Anchorena vivía don Claudio Sánchez-Albornoz, anclado como un barco en la orilla de Buenos Aires. Adoración iba y venía por el pasillo largo, lleno de estanterías con libros bien tratados, trayendo sus pastillas, su sermón continuo de que se abrigara y ese ceremonial generoso de las antiguos cuidadoras que en las casas habían entrado a servir desde pequeñas.
Yo había fundado una Revista en Argentina de Espiritualidad y Cultura con el pomposo nombre de CÁNTICO, mirando siempre de reojo a San Juan de la Cruz y al grupo cordobés de Cántico que nos dejó tan sabrosos poemas, poetas tan extraordinarios.
Como mi relación con don Claudio Sánchez. Albornoz era de visitas mensuales, y aprovechando que el insigne historiador había nacido en Ávila, como la Santa reformadora del Carmelo, me atreví a pedirle para Cántico una colaboración teresiana. En la cabecera de su despacho un precioso cuadro de su Ilustre Paisana; sobre su mesa desordenada, una Pluma Olivetti que él, con dos dedos manejaba. Su contestación de una humildad inesperada: “Yo no conozco a la Santa, sólo la amo”, dejó caer su extenuada boz e ángel deshabitado.
Le rogué mucho. Mucho. Y yo mismo le vi escribir a máquina esta genuina, original, única oración que quiso regalarme:
“De su casa a las agustinas. Luego a la Encarnación. Y al cabo a las Madres: Teresa, una muchacha inteligente y al cabo tocada por el Espíritu de Dios. Maravillas. Sospechas. La Inquisición. Fémina inquieta y andariega. Triunfa su beatitud. Fundaciones desde Burgos a Sevilla”.
“Dios la honra con palabras misteriosas. La transverberación. Las Moradas. Místicas poesías. Quien a Dios tiene nada le falta. Y nada faltó s Teresa”.
“Sus paisanos sospecharon inicialmente de su activismo. Pero Teresa fue un regalo del Altísimo, al mundo, a España y a Ávila”.
“¿Qué sería hoy de Ávila sin ella? Un tahalí almenado único en Europa. Viejas y bellas iglesias. Magnos monasterios y pequeños cenobios. Palacios y casonas. El sepulcro del Infante don Juan, cuya muerte desvió las rutas históricas de España… Ya sería mucho para hacer de nuestra ciudad una joya histórica. Pero no sería única en el mundo. Todo eso ha sido centuplicado por la vinculación de nuestra urbe con Teresa. Teresa de Ávila suele llamarse hoy a nuestra Santa. Recordemos su místico desahogo con Nuestro Señor: Yo soy Teresa de Jesús. Y yo Jesús de Teresa. Nosotros, ampliando la general definición: Teresa de Ávila, podríamos decir Ávila de Teresa”.
“Por ello hoy Ávila se arrodilla ante ella cubierta de artísticos mantos. El año de su centenario, como nunca, los abulenses la venerarán con más fervor que jamás.. Les invito a que con llamas de amor y de humildad, y al mismo tiempo de apasionante devoción, digan a Santa Teresa: Hija y madre nuestra. Hoy como nunca te honramos y te glorificamos y te damos gracias por haber nacido en esta tierra de Ávila y te pedimos por ella y por España, cuyos caminos cruzaste otrora llevando el nombre de Dios por doquier”.
“Te pedimos por esa España tuya y nuestra, viejísima y eterna. Por esa España todavía lastrada por grandes diferencias sociales, por odios, por ambiciones, por envidias, por codicias y por apetitos de poder, de mundo y de riqueza. Por esa España, tuya y nuestra que te aclama patrona y madre; por esa España muchos de cuyos hijos han renegado de Jesús que tú amaste y que te amó”.
“Teresa. Teresa, Teresa, óyenos. Somos Ávila, tu tierra dura, áspera, fría y pobre… pero tuya ayer como hoy y hoy como mañana. Teresa, ruega por nosotros al Altísimo; ruega por nuestros hijos, por n uestros sucesores, por todos los españoles, por América que ganaron y cristianizaron nuestros abuelos; y por el mundo todo que hoy, como nunca, necesita una sonrisa de Dios”.
… Don Claudio Sánchez-Albornoz y Menduiña fue, como todos saben, ministro de la Segunda República, embajador de España en Portugal y Presidente de la República en el exilio. Un creyente indiscutible y ejemplar. Se afincó en Argentina donde le ofrecieron una cátedra de Historia en la Universidad. España fue para él madre y madrastra, como suele ocurrir en el reconocimiento de sus más ilustres. Descansan sus restos en el claustro de la Catedral de Ávila, muy cerca de otro gran español, don Adolfo Suárez González.