La revolución digital ha transformado radicalmente la manera en que accedemos a la información, nos comunicamos y aprendemos. Sin embargo, en medio de este avance tecnológico también ha surgido un término inquietante: “podredumbre mental” —o brain rot en inglés— para describir el deterioro cognitivo provocado por la exposición constante a contenidos triviales o superficiales en internet. Esta expresión ha ganado tracción incluso fuera de círculos técnicos, al punto de ser destacada por expertos como un síntoma cultural que refleja preocupaciones profundas sobre cómo las redes sociales y algunas aplicaciones de inteligencia artificial (IA) podrían estar afectando nuestras capacidades mentales básicas.
Diversos estudios han comenzado a señalar que el uso intensivo de herramientas que automatizan la búsqueda de información o la generación de textos puede asociarse con un menor rendimiento cognitivo. Por ejemplo, personas que dependen de resúmenes creados por sistemas de IA para realizar tareas complejas suelen generar respuestas más genéricas y recordarlas con menor precisión que quienes investigan de manera independiente. Esto sugiere que la facilidad que ofrece la tecnología también puede estar socavando la capacidad de análisis y de retención de información.
Por otro lado, la naturaleza adictiva de las redes sociales, con su “scroll infinito” de vídeos y publicaciones, puede desplazar actividades cognitivamente enriquecedoras como la lectura profunda o la reflexión crítica. Investigaciones recientes han encontrado correlaciones entre el tiempo excesivo ante estas plataformas y puntuaciones más bajas en pruebas de lectura, memoria y vocabulario entre niños y adolescentes. Esto no solo alimenta la percepción de una “mentira trivial” constante, sino que plantea serias preguntas sobre cómo estas dinámicas pueden estar moldeando la forma en que pensamos y procesamos información.
Frente a estos desafíos, varios expertos recomiendan enfoques más conscientes y estructurados respecto al uso de estas tecnologías. Limitar el tiempo de pantalla, establecer momentos libres de dispositivos y fomentar prácticas de lectura profunda o ejercicios mentales tradicionales pueden ayudar a mitigar los efectos negativos asociados con la dependencia excesiva de IA y redes sociales.
Además, hay propuestas pedagógicas que sugieren utilizar la inteligencia artificial como una herramienta complementaria y no como un reemplazo de los procesos mentales activos. Es decir, iniciar tareas cognitivas —como la escritura o la investigación— con el propio esfuerzo intelectual antes de recurrir a sistemas automatizados para revisión o sugerencias, de modo que la tecnología actúe como ayuda, no como sustituto.
Al mismo tiempo, es clave que padres, educadores y creadores de políticas consideren la diseño y regulación de las plataformas digitales para proteger mejor la salud mental y cognitiva de los usuarios, especialmente de los más jóvenes. Aunque la tecnología por sí misma no es intrínsecamente dañina, la forma en que la usamos —y en la que estas plataformas están diseñadas para capturar nuestra atención— puede tener efectos profundos y duraderos.
En última instancia, equilibrar los beneficios de la IA y las redes sociales con hábitos que fortalezcan nuestras capacidades mentales será fundamental para evitar que la “podredumbre mental” se convierta en una consecuencia aceptada de la vida digital moderna.