Desde que Teresa de Lisieux nace el 2 de enero de 1873 comienza una infancia que ella misma llamará en sus manuscritos autobiográficos “de años soleados”, y que más tarde y siempre echará de menos.
Curiosamente, tres días después de muerto se encontraron en el gabán de don Antonio Machado, en garabatos de lápiz, su último poema que empezaba y a la vez concluía: “Estos días azules y este sol de mi infancia”.
El sol es para Dante en su Divina Comedia “el cuarto cielo, adonde relumbran las almas de los sabios y triunfan los teólogos”. Y Paul Valery, un poeta paisano de la joven santa, y casi contemporáneo suyo, escribe al sol esta delicia :”Tú que enmascaras la muerte ¡oh sol !/Bajo el azul y el oro de una tienda…/Impides a los corazones que conozcan/que el universo no es más que un defecto/…Oh rey de las sombras hecho llama”.
(REY de las sombras hecho llama es Jesucristo es en su cuna navideña)
Necesariamente esta infancia soleada de santa Teresa de Lisieux, esta infancia de luz en una casa espaciosa y encantada como Les Buissonnets, es también un símbolo de las otras luces, también recibidas en su infancia que, si bien no van a determinar una existencia poética, sí van a colaborar con ella :
Vive en el seno de una familia dichosa. León Tolstoi comienza su Ana Karenina con esta frase : “Todas las familias dichosas se parecen y las desgraciadas lo son cada una a su manera”. Esta familia feliz en la que vive la niña Teresita le aporta, además de una armonía sin sobresaltos, actitude mansedumbres poéticas expresamente manifestadas luego por Teresa adolescente: “Recuerdo el paseo de los domingos, al que siempre me acompañaba mamá. Aún hoy vuelvo a sentir las profundas y poéticas impresiones que nacían de mi alma ante los trigales esmaltados de acianos y flores silvestres. Ya entonces amaba yo las lejanías”…
El poema es precisamente eso, traducir en palabras la lejanía que llega al corazón por la pendiente de las emociones, que aparece en la garganta como si una mano de seda la estuviera acariciando, aunque a veces las caricias puedan parecer ahogos . Y parece demostrado que esa destilación literaria es favorecida cuando en la familia se goza de los cariños. Así al menos nos lo recuerda Virgilio : “Aquel a quien sus padres no han sonreído será por siempre indigno del banquete de los dioses y del lecho de las diosas”. A los niños que no fueron felices, de mayores se le nota una barbaridad…
Los jóvenes del mundo que hoy aclaman al Papa como líder indiscutible, esperan también de él y de la Iglesia la luz amada de la verdad, otro sol para el desarrollo de su adolescencia. Porque la juventud vive la misma oscuridad que hemos vivido todos –acaso la que seguimos viviendo– : no saber qué hacer con la fuerza sin fin de los deseos.
Un día –nos recuerda Teresa de Lisieux en sus escritos— su hermana “Leonia, viéndose ya mayor para seguir jugando con muñecas, fue a su encuentro con una cesta llena de vestidos y de preciosos retazos para hacer otros nuevos. ‘Yo los escojo todos’, respondí sin titubeos”…
Como todos los años, celebraban juntos en familia la Navidad comenzando por festejar en la Misa del Gallo el nacimiento de Jesús. La de 1886 fue tan especial que la adolescente Teresa quiso llamarla “la noche de su conversión”. Afirma que en la Consagración se le reveló misteriosamente cómo el Niño Dios se había quedado con toda su debilidad para armar en su corazón una fuerza invencible. Tras una dispensa especial concedida por el papa León XIII, entra en el Carmelo de Lisieux y, desde entonces, “nunca dejé de ser feliz”.
Desde aquella Navidad en la que decidió ser carmelita, Teresa tuvo que dejar atrás todos los retazos de amores y vestidos de muñecas que la vida ha ido poniendo sobre su decidido corazón de romántica. Nuevamente Marcel Proust nos recuerda que “si se quiere encontrar la felicidad, o al menos la ausencia de sufrimiento, lo que hay que buscar no es la satisfacción sino la reducción progresiva y la extinción final del deseo”… Habría que preguntarle a Freud si está de acuerdo. Lo cierto es que la experiencia de Fe nos muestra que la santidad se alcanza únicamente a costa de darle sentido a los deseos quedando. Por amor de Dios en el camino, aquellos retazos que no se sostienen en sí mismos, aquellos que no valoran el final.
Doctora de la Iglesia ya Teresa de Lisieux, una joven carmelita que murió a los veinticuatro años diciendo que “la virginidad es un silencio profundo de todas las preocupaciones de la tierra”… quizá con eso hubiera bastado para serlo.
…Desde Fuentes Informadas, Feliz de Navidad para todos.