Tristemente en un desfile de bultos, en bolsas o en bolsos, la comida de los niños se escapa a otros destinos. Causa gran enojo e indignidad percatarse de que los esfuerzos de los programas de alimentación para beneficio de los niños y adolescentes sean boicoteados por quienes deben garantizarlos.
Muchos lectores me han narrado la forma y manera como los alimentos en los comedores escolares son mermados en calidad y cantidad para que al final de cada día quede mucho de «sobra» y entonces son hurtados por el personal de la cocina y por algunos educadores, quienes descaradamente se los llevan a sus casas en bolsas negras o en grandes bolsos que premeditadamente escogen para llevar a cabo su latrocinio. Sin contar aquellos a quienes nada les importa y se los transbordan con todo y cajas aún antes de entrar a las cocinas, comedores o economatos de las escuelas y demás instituciones educativas.
La comida llega en cantidad y calidad suficientes en proporción a la población estudiantil, como para que todos coman de tal forma que queden satisfechos. Y entonces a la hora de servir la comida, las porciones por cada niño y adolescente son minimizadas, racionadas groseramente, para ahorrar, para que sobre comida y entonces justificar que para que se pierda es mejor llevársela a casa. Pero burlonamente no a la casa de los beneficiarios del programa, sino a la casa de los obreros, de los dependientes de la cocina, de los maestros y hasta de algunos supervisores, a través de familiares.
Otra forma de operar para que quede mucha comida sin consumir, para que quede comida de sobra, es hacer más cantidad de la que realmente se ha de consumir y de esta manera algunos obreros o algunos maestros se garantizan siempre su bolsa o bolso repletos de alimentos para sus casas.
La carne, el aceite, el pollo, el azúcar, la harina, entre otros, se desaparecen misteriosamente y mientras faltan insumos para la comida o falta la comida ya hecha propiamente dicha, inexplicablemente salen los obreros y los maestros o las maestras con grandes fardos muy pesados que les impiden caminar con dignidad, pero llenos del botín del día, llenos de comida cocida o cruda que debieron consumir los niños o los adolescentes.
Poco importa si las conciencias quedan llenas de la inmundicia y de deshonra por aprovecharse de la situación y robarse la comida de los niños y adolescentes, mientras las bolsas estén llenas de todo lo que hurtaron o ahorraron en perjuicio de los hijos de la patria.
Y los obreros y los maestros que practican esto, creen que están haciendo una gracia mientras muchos niños y adolescentes quedaron con hambre por una exigua ración, o porque no hay comida un día tal o cual; mientras obreros y maestros hacen un festín con las provisiones de la semana.
La cultura del robo, del hurto y de la delincuencia es el ejemplo que muestran quienes habiendo obtenido el noble cargo de servir al niño o al adolescente en cualquier posición, entonces se las ingenian para aprovecharse de la situación que ocupan y sacarle el máximo provecho en perjuicio de los estudiantes.
No me atrevería a decir que son todos los hombres y las mujeres de la cocina escolar quienes practican este abominable y repudiable «acto de desvergüenza criolla», como tampoco son todos los educadores, porque seguramente no serán todos, pero hay tantos involucrados por la tentación y en la ejecución de robarse la comida tan impunemente, que olvidan la finalidad esencial de los programas de alimentación para niños y adolescentes.
¡Por Dios, por la patria, por su conciencia y por ejemplo ciudadano, ya no se roben la comida de los niños!
«La corrupción es el único genio que sobrevive a la tumba, y es la plaga más triste de la humanidad.» — Walter Scott
Dr. Crisanto Gregorio León, ex sacerdote, profesor universitario