La palabra: el valor de la promesa y el sello del honor

20 de diciembre de 2025
2 minutos de lectura

«La palabra tiene mucho de asombroso, y su poder va más allá de lo que imaginamos.» — Séneca

Los hombres y las mujeres de honor se reconocen con facilidad cuando respetan la palabra que han empeñado. En otrora, la palabra empeñada era de tal trascendencia que quienes así se comprometían no les era necesario firmar un papel para cumplir aquello que por el uso del verbo que salía de sus bocas era suficiente sello como para ser honrado y cumplido tal como era manifestado, tal y como era convenido.

Ahora nos encontramos con hombres y mujeres que con una descarada facilidad dicen y se comprometen a hacer cuanto las circunstancias les exijan para acomodaticiamente quedar bien en ese instante de tiempo y, al momento de hacer efectiva la palabra por la que se les dio crédito, inventan y esgrimen cuantos argumentos puedan y tengan para no cumplir.

Y es que cuando las personas cumplen la palabra empeñada, gozan de buena reputación y de solvencia moral. En caso contrario, su palabra es sinónimo de descrédito, de deshonor, de deshonra. Una persona así es un cheque sin fondos, es una morisqueta ambulante con el desagradable hedor de quien ha caído en un pozo infeccioso, que no logra disimular ni con la fragancia más costosa.

La palabra dada y aceptada entre personas de honor es el compromiso de una contraprestación futura y su incumplimiento es una burla, un irrespeto, una insolencia hacia quien ha creído y para quien se ha hecho creer. Dicho de otro modo, una persona sin palabra es una desvergüenza para sí misma y para sus congéneres, porque no solo comporta una desconsideración para quien creyó en ella o en él, sino para su propia persona.

Si las personas acostumbradas a deshonrar, desconocer y a faltar a su palabra tuvieran una mediana inteligencia respecto de lo que se hacen a sí mismas, seguramente se conducirían en la vida de una manera más responsable para gozar de la admiración y el respeto de su entorno y hasta más allá.

Una persona sin palabra desde luego es una persona mentirosa. Así los refranes recogen «que quien no cumple su palabra al fin su desdicha labra» y «que quien no cumple su palabra a las consecuencias se atiene».

Además, la mentira como una expresión de falsedad es una patología en quienes les encanta engañar a través del histrionismo, del teatro, para hacerle creer a los demás lo que no es cierto y lograr embaucar al más prevenido hasta con lágrimas de cocodrilo.

A quienes les gusta engañar a los demás, su palabra jamás será auténtica, porque siempre habrá dentro de ella algún subterfugio para incumplir los compromisos.

Por eso, cuando no se cumple la palabra, se pierde el honor y cuando se pierde el honor va todo de mal en peor.

Infortunadamente, las personas sin palabra y sin honor, engañan a las personas honestas, a las que no tienen resabios, porque nunca han pensado no cumplir y ven en su propia condición la honestidad del otro, porque desgraciadamente, «no hay nada más fácil que engañar a un hombre honrado». Nunca prometas lo que cumplir no cuentas.

«El lenguaje que usamos nos retrata. Si la palabra no es honrada, el hombre tampoco lo es.» — Ralph Waldo Emerson

Dr. Crisanto Gregorio León, Abogado, profesor universitario

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