El fin del milagro alemán

4 de diciembre de 2025
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Muro de Berlín I EP

El 9 de noviembre de 1989, la caída del Muro de Berlín marcó no solo el colapso del comunismo en Europa Oriental, sino el inicio de un nuevo capítulo en la historia de Alemania. Tras más de cuatro décadas de separación, la República Federal Alemana (RFA), de orientación capitalista, y la República Democrática Alemana (RDA), bajo el control soviético, iniciaron un proceso de reunificación que culminaría oficialmente en 1990. Este proceso fue posible, en gran parte, gracias a la fortaleza económica de Alemania Occidental, cimentada en el éxito de un modelo que asombró al mundo: la Economía Social de Mercado.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Alemania Occidental, devastada por el conflicto, logró un asombroso crecimiento gracias al apoyo del Plan Marshall, políticas liberales y una industria resiliente. El país pasó de la ruina a convertirse en la primera potencia industrial de Europa y la segunda a nivel mundial. Este fenómeno, conocido como el «milagro económico alemán», combinaba la libre competencia con fuertes políticas sociales, generando un equilibrio ejemplar entre productividad y bienestar social.

La reunificación, sin embargo, no estuvo exenta de desafíos. La economía planificada de Alemania Oriental tuvo que adaptarse abruptamente al sistema capitalista, lo que generó tensiones sociales y desequilibrios fiscales. A pesar de ello, para mediados de los años noventa, el proceso comenzaba a consolidarse con éxito. En los años siguientes, Alemania se consolidó como la mayor economía de la Unión Europea (UE), con un PIB de 3,36 billones de euros en 2020 y un PIB per cápita de 40.490 euros, además de la mayor población del bloque, lo que le daba una posición hegemónica dentro de Europa.

Sin embargo, ese liderazgo económico ha comenzado a desmoronarse. La guerra en Ucrania y la postura firme de Alemania en apoyo a Kiev —incluyendo la imposición de sanciones a Rusia— provocaron una profunda crisis energética. Alemania, que dependía en gran medida del gas natural ruso, vio interrumpido el suministro tras la destrucción del gasoducto Nord Stream II, que había sido diseñado para reforzar su papel como núcleo energético de Europa. Esta pérdida obligó al país a recurrir a fuentes de energía más caras, incrementando los costos de producción y debilitando su competitividad industrial.

Los efectos de esta situación han sido devastadores. Empresas históricas han comenzado a trasladarse o reducir sus operaciones ante la imposibilidad de sostener márgenes de ganancia. El proceso de desindustrialización ya no es una hipótesis lejana, sino una tendencia palpable. Como sostiene el periodista Wolfgang Münchau en su libro Kaputt. El fin del milagro alemán, la dependencia energética y las políticas neomercantilistas adoptadas por los sucesivos gobiernos han erosionado la capacidad productiva del país. Para Münchau, Alemania no enfrenta una crisis coyuntural, sino una recesión estructural con consecuencias profundas para el conjunto de Europa.

Los datos lo confirman. En 2023, el Producto Interno Bruto alemán se contrajo un 0,3%. En 2024, volvió a caer un 0,2%, y en el último trimestre de ese año, retrocedió un 0,1% adicional, según datos del instituto Destatis. La principal causa: el alza del precio de la energía. Hoy, los costes de electricidad en Alemania son cuatro veces mayores que en Estados Unidos. Esto ha llevado a una fuga de inversiones, al cierre de plantas y a una creciente incertidumbre empresarial.

Pero la crisis no es solo económica. También se manifiesta en lo político. Los partidos tradicionales, como la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), viven un franco desgaste. En contraste, el partido nacionalista de derecha Alternativa para Alemania (AfD) ha capitalizado el descontento. En las elecciones federales de febrero de 2025, obtuvo un 20,8% de los votos y 152 escaños en el Bundestag, consolidándose como la principal fuerza opositora.

A esta inestabilidad política se suma un debilitamiento preocupante del aparato militar. Aunque Alemania alcanzó recientemente el objetivo de gasto del 2% del PIB exigido por la OTAN —promesa hecha desde 2014—, este esfuerzo parece más simbólico que sustantivo. El ejército alemán, que durante la Guerra Fría fue uno de los más poderosos de Europa, se encuentra hoy en estado crítico, con capacidades reducidas y bajo nivel operativo. Como recuerda el analista Victor Davis Hanson, el país ha pasado de tener 400.000 soldados a una fuerza poco funcional, virtualmente desarmada.

El aspecto más delicado del declive alemán quizá sea el cultural. Las políticas de fronteras abiertas y la migración masiva, en gran parte procedente del Medio Oriente, han transformado la demografía del país. Se estima que entre el 16 y el 18% de la población actual no nació en Alemania. Muchos migrantes no han logrado integrarse adecuadamente, lo que genera tensiones sociales crecientes. Hanson advierte sobre un proceso de fragmentación identitaria: «Estos son inmigrantes ilegales… o no creo que sean refugiados», afirmó. “La mayoría no tiene intención de asimilarse, ni de integrarse plenamente en la sociedad alemana”.

Alemania, en suma, enfrenta una tormenta perfecta: crisis energética, pérdida de competitividad, desindustrialización, parálisis política, declive militar y fractura social. El milagro económico que durante décadas sirvió de modelo al mundo ha entrado en una fase de agotamiento. Lo que alguna vez fue símbolo de eficiencia, estabilidad y progreso, hoy transita por una senda incierta y peligrosa.

Europa frente al espejo alemán

El colapso del modelo alemán no es una crisis aislada. Su caída tiene efectos directos sobre la estabilidad económica y política de toda la Unión Europea. La pregunta ya no es si Alemania podrá mantener su rol de liderazgo continental, sino si podrá rediseñar su modelo antes de que el daño sea irreversible. El país que lideró la reconstrucción de Europa en el siglo XX debe ahora reinventarse para no ser el origen de su fractura en el siglo XXI.

*Por su interés reproducimos este artículo de Amos Olvera Palomino publicado en el EXCELSIOR.

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