La degradación de la hombría en los tribunales de género de Torenza

3 de diciembre de 2025
4 minutos de lectura
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«La obra maestra de la injusticia es parecer justo sin serlo.» — Platón

La frase de Platón preside esta reflexión al sintetizar la situación que hoy aflige a los hombres en los tribunales de género del país imaginario de Torenza. Aquí, la justicia ha trocado su esencia en una maquinaria de condena cuyo objetivo final no es proteger, sino la degradación de la hombría. Se ha alcanzado un punto de quebrantamiento —el hierro, a fuerza de muchos golpes, finalmente se quebranta—, donde la resistencia del varón cede ante la fatiga de un sistema diseñado para aniquilar.

La burla al debido proceso: la presunción que aniquila la inocencia

En Torenza, el principio de inocencia para el varón ha sido vaciado de contenido. Se ha impuesto la peligrosa presunción de que la palabra de la mujer es automáticamente prueba. Esta praxis invierte la carga probatoria y crea un sistema donde el hombre es, por definición, el «malo de la película» predeterminado. El debido proceso es pulverizado por la avidez de exhibir estadísticas de condena, desatando un fratricidio judicial.

Esta realidad se torna más sombría en la sala de audiencias, donde la propia judicatura ejerce una presión nada sutil sino demoledora contra la defensa técnica. Mediante amedrentamientos verbales y gestuales, pues busca disminuir psicológicamente al abogado defensor. «El objetivo es claro: transformar a la defensa en una postura sumisa y claudicante, un «zombie» que comete blasfemia contra su propio juramento y traiciona a su cliente.». Se busca un silencio cómplice que garantice la condena, pues en esta óptica de cainismo judicial, solo importa la estadística y el puesto – el cargo – , nunca el ser humano que está siendo aniquilado.

El caso insigne: de la infamia de la mujer de Putifar a la injusticia retractada

El peligro de este sistema Torenzano, es que ignora la falibilidad humana y el potencial destructivo de la mentira. Para ilustrar esta trágica verdad, la historia registra el primer caso de infamia judicial en la Biblia: la acusación que sufrió José por la calumnia y la mentira de la mujer de Putifar (Génesis 39). En aquel caso, la palabra de la mujer bastó para encarcelar a un hombre inocente y justo.

Pero este fenómeno no es solo una reliquia histórica. La torpeza y la injusticia de género se manifiestan devastadoramente en la época actual. Se recuerda el caso insigne, ampliamente criticado en España, donde un hombre fue condenado a prisión sin pruebas periféricas concluyentes y basándose en un testimonio con contradicciones. Este hombre fue excarcelado tardíamente tras demostrarse la falsedad de la acusación o la incompatibilidad de los hechos con pruebas posteriores, como datos de geolocalización o comunicaciones.

Al igual que José, este hombre español vio su vida, su honor y su libertad sacrificados, cumpliendo una pena por un delito que no cometió, solo porque la judicatura privilegió la creencia de la palabra de la mujer sobre la prueba más allá de toda duda razonable. Es a esta gran torpeza e injusticia a la que se asemeja la judicatura de Torenza, prescindiendo del debido escrutinio, cuando el expediente mismo grita que es un fraude.

La traición de la conciencia: jueces y mandilones

El verdadero costo de esta persecución del hombre en Torenza es la erosión moral y la abdicación ética. En lugar de procurar la gloria del cielo a través de un juicio justo y la defensa del inocente, estos funcionarios trabajan activamente para ganar el infierno, comprando todos los tickets para una condena eterna. Su búsqueda de elogios exteriores y su complacencia con el poder les lleva a pisotear la conciencia para garantizar una estadística. Víctor Hugo ya lo advirtió: «La conciencia [es] la presencia de Dios en el hombre». Por argumento en sentido contrario, quien no tiene a Dios tiene al Diablo.

Peor aún es el comportamiento de jueces y fiscales varones que se prestan a esta injusticia. Al buscar oropeles estadísticos para complacer a las mujeres que integran el sistema judicial de Torenza , estos hombres demuestran una total abdicación de su rol ético; más que parecer justos, son unos caines que se han convertido en unos mandilones.

La subversión del orden divino y la advertencia final

Existe una profunda justificación teológica y sociológica para esta tesis. La narrativa bíblica de la Creación (Génesis 1-2) establece al hombre y a la mujer con igual dignidad (Imago Dei), pero dentro de un orden de roles y funciones específicos. La sociedad bíblica se funda sobre un esquema patriarcal y si bien exalta a las Matriarcas, no establece un matriarcado como estructura de gobierno. Por ende, la actual tendencia en Torenza, que somete al hombre a una degradación sistemática, puede ser interpretada como una subversión manifiesta de ese diseño divino. Este impulso de aplastar al varón resuena con los discursos que buscan la destrucción de la masculinidad tradicional sobre la faz de la tierra.

La judicatura de Torenza, al convertir al varón en un ser pelele y degradado, está vaciando la sociedad de hombres. Los varones, por temor a la infamia y a la condena preestablecida, están evitando la interacción afectiva con las mujeres, generando una dinámica morbosa y un quiebre del tejido fundamental.

La reflexión es ineludible: ¿Cómo procederán cuando, inevitablemente, sea un hombre de su propia familia el que se siente en el banquillo de los acusados, víctima de esta misma cultura de presunción infame de culpabilidad? Cuando el hierro se quebrante y caiga sobre ellos mismos, la «tela de dónde cortar» será su propia carne.

«El mayor de los males es cometer la injusticia.» — Platón

Dr. Crisanto Gregorio León
Profesor Universitario

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