La insulina es una hormona vital para las personas con diabetes tipo 1. Sin ella, el cuerpo no puede regular los niveles de glucosa en sangre. Sin embargo, su exceso también puede ser peligroso. Especialistas advierten que aplicar dosis más altas de lo necesario puede provocar una fuerte caída del azúcar en sangre, conocida como hipoglucemia.
Cuando esto ocurre, el cerebro —que depende casi por completo de la glucosa para funcionar— se queda sin su principal fuente de energía. Los síntomas pueden comenzar con mareo, sudoración o confusión, pero si no se actúa a tiempo, la persona puede perder la conciencia e incluso entrar en coma hipoglucémico.
Investigaciones realizadas por Lourdes Massieu Trigo, del Instituto de Fisiología Celular (IFC) de la UNAM, han mostrado cómo una glucosa por debajo de los 50 mg/dL puede alterar gravemente la actividad cerebral. Su equipo ha observado que, cuando las neuronas no reciben energía suficiente, interrumpen funciones vitales y mueren.
Los principales afectados son la mitocondria, que produce la energía celular, y el retículo endoplasmático, donde se fabrican las proteínas. Si ambos dejan de funcionar, se acumulan proteínas defectuosas, se genera estrés celular y las neuronas colapsan. Además, la falta de glucosa desencadena la aparición de moléculas tóxicas, conocidas como especies reactivas de oxígeno, que agravan el daño.
Aunque el organismo activa mecanismos de defensa antioxidante, estos no siempre logran compensar el desequilibrio. En los casos más graves, la actividad cerebral se detiene por completo.
Los episodios de hipoglucemia leve son comunes entre las personas con diabetes tipo 1, pero no deben ignorarse. Acumular descensos frecuentes de glucosa aumenta el riesgo de una crisis severa.
La prevención y el monitoreo constante son las mejores herramientas. Los expertos recomiendan:
Ante síntomas de alarma —temblores, visión borrosa, cansancio o confusión—, se debe consumir glucosa de forma inmediata y buscar ayuda médica si los síntomas persisten.
La insulina sigue siendo un tratamiento indispensable, pero su manejo requiere precisión y acompañamiento médico. Un control adecuado puede salvar neuronas, evitar secuelas y preservar la vida.