Según los genes heredados, los valores recibidos, la educación incorporada y los límites de la libertad ejercida, cada persona adquiere una sensibilidad con escalas de huella y de dolor. Se advierta o no, cualquier acto ejecutado deja una impronta en el consciente, inconsciente o subconsciente que se manifiesta, inevitablemente, en el posterior comportamiento. Creo que todos podemos estar de acuerdo en esto.
En ese equilibrio de escalas no deja la misma huella el haber elegido la amistad de un conocido que el renunciar a que un hijo que se lleva en las entrañas yo decida que muera o que siga viviendo. Se pueden buscar las artimañas biológicas o científicas que más convengan a ciertas ideologías, pero un aborto es una vida que se interrumpe, es decir, que se mata.
El obispo García Magán tiene razón en destacar el síndrome de ausencia que deja en toda mujer la dolorosa decisión de su aborto. Muchas lo disimulan, pero en su soledad mantienen una herida que no cicatriza: el dolor del hijo por no haber nacido. Dios las ha perdonado. Nos perdona a todos. Sin embargo, a ellas les cuesta mucho perdonarse a sí mismas.
Pedro Villarejo