Yace sorprendido, como si un invitado inesperado hubiera tocado a su puerta. Alrededor objetos personales en un desconcertado orden que les dota de un carácter más propio, cobrando un sentido que antes no tenían. De súbito el infinito y todos sus silencios.
Él será el objeto de la vigilia. Los acontecimientos posteriores corresponderán a otros. La policía científica, con minuciosidad de cirujano, rastrea como un perro cada micro espacio, como si este fuera único.
Hallarlo todo es una posibilidad nunca descartada. El tiempo detenido no se reiniciará hasta que la búsqueda finalice. Todo es importante, no hay desechos, como un puzle incompleto. Incluso lo inocuo que para otros carece de valor por inadvertido, cobra sentido y se relaciona. Nada interrumpe la faena inacabada.
El hallado se deja hacer como las prospecciones que determinan el valor de una mina. Nada opone a la afectación de su intimidad y de su espacio. Desde el exterior asoman rostros llenos más de curiosidad que de espanto. Lo inusual no tiene por qué turbarnos.
Las actuaciones un rito protocolario: acordonamiento, custodia, examen inicial y la toma de todo tipo de objetos y muestras. El escenario tan inmutable como una foto fija.
El resultado por incierto dependerá de otras causas. La única realidad es que el cadáver, en su postura, se encuentra inmensamente solo y abandonado.