En España, más de un millón de personas toma a diario betabloqueantes. Son fármacos pensados para proteger el corazón, sobre todo después de un infarto. Su función es sencilla: se unen a unos receptores llamados beta-adrenérgicos, presentes en el corazón, las arterias y los pulmones. Así evitan que ciertas señales químicas del sistema nervioso aceleren el pulso, suban la tensión arterial o fuercen el trabajo del músculo cardíaco.
Durante décadas, su uso ha sido incuestionable. Se recetan de forma rutinaria tras un infarto, muchas veces como tratamiento único. Sin embargo, desde hace años la comunidad científica viene advirtiendo que quizá su eficacia no sea tan clara. Especialmente cuando no se combinan con otros fármacos.
Ahora, un gran ensayo internacional, coordinado por el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) y un meta-análisis posterior, ha reabierto el debate. Según ha publicado 20 Minutos, la investigación se ha desarrollado en 109 hospitales de España e Italia. Ha contado con la participación de más de 8.500 pacientes que habían sufrido un infarto no complicado. La mitad recibió betabloqueantes y la otra mitad no. El seguimiento duró unos cuatro años. Los resultados, publicados en The New England Journal of Medicine y The Lancet, apuntan a que el beneficio global podría ser mínimo.
El ensayo, llamado REBOOT-CNIC, nació con un objetivo claro: revisar el tratamiento del infarto con criterios científicos sólidos y sin intereses comerciales. La conclusión fue directa: en la población general, los betabloqueantes no mostraron una mejora significativa en la supervivencia ni en la reducción de nuevos problemas cardíacos. Sólo se detectó un ligero beneficio en pacientes cuya capacidad de contracción cardíaca estaba moderadamente reducida tras el infarto.
Aunque suelen ser seguros, estos medicamentos no están exentos de efectos secundarios. Entre ellos, cansancio, fatiga, pulso lento o pérdida de deseo sexual. También pueden interferir con otros tratamientos que sí podrían aportar mayores beneficios.
Por eso, los investigadores subrayan la necesidad de seguir investigando. Determinar cuándo son realmente útiles y cuándo resultan innecesarios o incluso contraproducentes, podría mejorar la vida de miles de personas. No se trata de eliminar su uso por completo, sino de ajustar las recetas a la evidencia científica más reciente.
El debate sobre los betabloqueantes está lejos de cerrarse. Lo que parece seguro es que esta nueva investigación obligará a replantear protocolos médicos que llevan décadas sin cambios. Y eso, en medicina, siempre es una buena noticia.