En su última comparecencia se muestra débil, meditabundo, hipocondriaco y pensativo, como de pasar malas noches en una mala posada, que así es la vida, según santa Teresa, aunque las posadas aquellas nada tienen que ver con La Mareta, enjaulado palacio que mira al mar y el mar, en su oleaje, también descansa de verlo zambullirse con esposa, hijas y madre de la mano en las cristalinas aguas reservadas.
Ni un grito le despierta. Ningún fuego es capaz de quemarle la ilusión de seguir al frente de la nave en busca de la mejor unidad de destino en lo universal, que eso es España. Si no fuera por el juez Peinado, que al parecer tiene fijación con la familia y alrededores, sus baños, acorazados por la seguridad de cuarenta guardias civiles, que vigilan hasta la inquieta curiosidad de las moscas, serían edénicos bajo la sombra oscilante de las palmeras.
Menos mal que le sirve de acomodo el ministro de Presidencia para sujetar, en lo posible, las exuberancias del juez. Que si no fuera por su desasosiego, las seis imputaciones a la señora harían insoportable su descanso. Muy importante debe ser la recompensa para el ministro cuando, sin dar tregua, tanto se arriesga.
Pedro Villarejo