Cuando en Veraluz se casó don Anselmo Bocablanca con Joaquinita, todo el pueblo se sintió emocionado al ver la intensa luz de los gladiolos en la iglesia sin ajarse ante los suspiros un “sí, quiero” frente a la anchura dorada de los anillos. Pocos tuvieron en cuenta que don Anselmo venía triunfante de dos bodas anteriores de las que pudo superar las sospechas en las muertes inesperadas de sus esposas: como tenía en el Gobierno amigos influyentes, ministros avisadores y sobornados alquimistas, salió indemne de los recelos intervencionistas en el último suspiro de sus mujeres amadas. Con ninguna tuvo hijos, sólo dinero y propiedades que heredó don Anselmo tras el llanto.
Como a la de tres va la vencida, Joaquinita a los dos meses comenzó a ponerse pálida en la finca que sus padres le habían regalado con motivo de su matrimonio. Murió la pobre una madrugada con la luna despierta, dicen que al no poder apearse de la emoción tras su noche de bodas con hombre tan apuesto, tan atlético y fibroso como don Anselmo.
Todo esto sucedió en 1946 y, como don Anselmo era tan vibrante y el pueblo seguía con él emocionado, Veraluz promovió ante el Gobierno Civil su candidatura para alcalde. Nadie pensó en lo que había robado a las muertas, en su desfachatez de hombre inmoral, el pueblo consideraba suficiente con que don Anselmo fuera rico, alto y guapo.
Pero Villarejo