Aunque parezca una tautología, la estupidez tiende a una deformación constante. Según los filósofos, el estúpido no tiene capacidad para iniciar su propio pensamiento: echa a rodar el de los demás como una piedra de Sísifo invertida.
El más preclaro de los disparates que últimamente se escuchan, lo sostiene un hombre risueño, simpático y dicharachero, que ahora gobierna como puede la Generalidad de Cataluña, al que premiaron por su insuperable gestión en tiempos de mascarillas y pandemias. Este señor, que debe estar en desacuerdo consigo mismo por su cara de luto permanente, sostiene, junto a sus socios independentistas, que es una “agresión política” el hecho de que en Alicante se hable el español predominantemente.
Ya digo: la estupidez no es quedarse pasmado, sino la incapacidad de convivir con el sentido común, intentando hacernos ver a los normales que su sabiduría no se entiende porque la ha recibido de divinidades superiores.
Nada me extraña que en Bruselas vuelvan a rechazar el catalán como lengua reconocida. Tienen miedo a que en Europa, el hablarlo, termine siendo obligatorio. O una nueva agresión política.
Pedro Villarejo