Desde hace décadas, abundan las historias emocionantes sobre perros que advierten a sus humanos de una enfermedad inminente, incluso antes de que aparezcan los primeros síntomas. Lo que antes parecía intuición canina, hoy la ciencia lo reconoce como una capacidad real, precisa y con enorme potencial médico: el olfato del perro puede detectar enfermedades, según una información publicada en Excelsior.
Lo de los perros no es solo un buen sentido del olfato: es un superpoder biológico. Con entre 200 y 300 millones de receptores olfativos (los humanos tenemos unos seis millones), y una porción cerebral especializada en olores seis veces mayor que la nuestra, los canes pueden percibir compuestos en cantidades inimaginablemente pequeñas.
Esas diminutas partículas, conocidas como compuestos orgánicos volátiles (VOCs), cambian cuando el cuerpo está enfermo. Y ahí es donde el hocico canino entra en escena.
La primera evidencia científica fuerte llegó en 2004: perros entrenados lograron detectar cáncer de vejiga en muestras de orina con una precisión impresionante. Desde entonces, los estudios se han multiplicado.
Tumores de pulmón, mama, ovario, próstata, colon e incluso melanomas han sido identificados por perros con tasas de acierto que alcanzan hasta el 99 %. Un caso notable: perros alemanes lograron detectar cáncer de mama con un 100 % de precisión en pruebas con vendas usadas por pacientes. Aun así, hay un pero: la eficacia puede variar entre razas, individuos y métodos, lo que aún impide su adopción médica a gran escala.
Los perros no solo huelen tumores. También pueden advertir caídas peligrosas de azúcar en personas con diabetes tipo 1 o 2. En estos casos, muchos están entrenados para dar señales claras: ladrar, empujar con el hocico o adoptar posturas específicas. Asociaciones como Dogs4Diabetics llevan más de dos décadas entrenando perros para este fin.
En epilepsia, algunos perros pueden anticipar convulsiones minutos antes de que ocurran. Y en el campo de las infecciones, han detectado bacterias como Pseudomonas aeruginosa —asociada a fibrosis quística— con una sensibilidad superior al 94 %.
Durante la pandemia, los llamados “perros covid” se convirtieron en objeto de estudio urgente. Resultados preliminares mostraron que podían identificar la enfermedad con sensibilidades del 80 % al 97 % y una precisión que competía con las pruebas PCR. Además, se ha reportado su capacidad para detectar el llamado covid persistente, incluso meses después de la infección inicial.
Entre sus ventajas: los perros no invaden el cuerpo. Basta con oler sudor, aliento o una muestra de orina. Además, su trabajo es rápido, móvil y más barato a largo plazo. Por eso, algunos aeropuertos y hospitales ya los están integrando en sus protocolos.
Pero también tienen limitaciones: el entrenamiento es largo y personalizado, su rendimiento puede variar y no reemplazan a las pruebas clínicas. Son una herramienta de apoyo, no un diagnóstico definitivo.
Mientras se perfeccionan los entrenamientos, científicos trabajan en replicar su olfato mediante sensores electrónicos —“narices artificiales”— que imiten el lóbulo olfativo del perro. Aunque prometedoras, estas tecnologías aún no alcanzan la sensibilidad, flexibilidad ni la inteligencia instintiva de un perro entrenado.