Un análisis publicado en el American Journal of Clinical Nutrition ha sacudido el campo de la nutrición: los estudios financiados por la industria de la carne roja tienen casi cuatro veces más probabilidades de mostrar resultados favorables para el corazón que los independientes. La investigación, dirigida por el español Miguel López Moreno, analizó 44 ensayos clínicos desde 1980 hasta hoy y descubrió un patrón claro: los intereses económicos distorsionan la percepción pública de los efectos de la carne roja sin procesar, según una información publicada en El Diario de Chihuahua.
Los estudios respaldados por la industria solían comparar el consumo de carne roja con opciones poco saludables —como pan blanco o pasta refinada—, mientras que los estudios independientes la enfrentaban a fuentes de proteína vegetal como legumbres, frutos secos o cereales integrales. Esta diferencia metodológica ayuda a explicar por qué los resultados difieren tanto y alimentan la confusión en el consumidor.
Para el ciudadano promedio, la contradicción entre estudios mina la confianza en la ciencia nutricional. “Socava la credibilidad del campo”, advierte la Dra. Deirdre Tobias de Harvard, quien también firma un editorial sobre el tema. La falta de financiación pública sólida empuja a depender de estudios privados, que a menudo persiguen intereses comerciales.
La evidencia actual, cuando se analiza sin sesgos, indica que las proteínas vegetales son más beneficiosas para la salud cardiovascular que las carnes rojas ricas en grasas saturadas. El profesor Walter Willett, de Harvard, fue tajante: “Las comparaciones deben ser justas. Y cuando lo son, los vegetales ganan”.
El recorte de fondos públicos a la investigación, como el propuesto por la administración Trump a los Institutos Nacionales de Salud (NIH), agudiza el problema. “Cuando la industria paga la ciencia, lo que obtiene es marketing, no evidencia objetiva”, resume la experta Marion Nestle, de la Universidad de Nueva York.