Restaurante El Cruce, Washington Irving y Moraleda de Zafayona

2 de mayo de 2025
5 minutos de lectura
Restaurante el cruce.
JOSÉ Mª COTARELO ASTURIAS

Nono había empezado de camarero en 1992. Y gracias a su tesón, su esfuerzo y a su amor por la hostelería, once años después se quedó al mando de esta nave

Año 1829. El diplomático y soñador Washington Irving, atraído por España, inicia su viaje desde Huelva hasta Granada, haciendo parada en Moraleda de Zafayona, cruce de caminos entre Huétor Tájar, Santa Fe, Montefrío y Alhama. Este pueblo, situado en el poniente granadino debía ser poco más que una cortijada, donde había una ermita en lo que era el casco antiguo, a pocos metros de la fuente del Caño y la del Lavadero y del camino que nos lleva a El Turro y a Alhama.

Remontando un poco más atrás, constan sus reminiscencias asociadas a la seda, tan importante en aquellos tiempos y de ahí recibió su nombre, según cuenta Encarnación Fernández en su libro sobre la población. Poco a poco, la vía principal entre Granada y Sevilla, establecida siglos antes y que sirvió de ruta comercial entre la zona cristiana y el reinado nazarí, fue tomando su importancia y desplazando parte del pueblo hacia la nueva autovía.

A partir de entonces se crearon barrios, motivados también por el desalojo de las más de 80 cuevas que fueron inundadas y que provocó que se fueran construyendo albergues provisionales. Este fue el impulso principal del crecimiento en la zona del “cruce”. Y ahí, lo que entonces era un bar de carretera, hoy en día constituye uno de los restaurantes más famosos de la comarca.

Corría el año 2003 cuando Antonio Ortega “Nono”, de la mano de su esposa Belén, cogieron el rumbo del negocio y desde entonces no ha parado de progresar, de renovarse, adaptándose a los tiempos, siempre innovando y ampliando una exquisita carta llena de platos destacables por su frescura y diversidad que la hace apta para todo tipo de comensales. Además, al adquirir más número de clientes, aumentaron las mesas y las comandas. Lo que era un simple bar de paso llamado antiguamente “El ventorro del Pio” cuya memoria se pierde hace más de cien años, se fue convirtiendo al principio en lugar de referencia para el pueblo, luego para la comarca y hoy en día en un restaurante donde converge lo tradicional y lo moderno conocido dentro y fuera de Granada.

Nono había empezado de camarero en 1992. Y gracias a su tesón, su esfuerzo y a su amor por la hostelería, once años después se quedó al mando de esta nave que ahora cuenta con una terraza con capacidad para 120 personas, un salón para 60 comensales y 15 confortables habitaciones de hotel reformadas en 2008.

Gracias al empeño de Belén y de Nono por buscar los mejores productos para agradar el paladar de sus clientes, cuenta con una selecta carta de pescados, carnes, ensaladas y pizzas. Nada más entrar se saliva al ver los famosos chuletones de rubia gallega, la roja danesa, la célebre ternera suiza Simmental o “de doble propósito” la del marmolado y sabor intenso de la Angus de bellota madurada y la Holstein o frisona, llamada así por ser procedente de la región de frisiosajonia (Baja Sajonia) y la de bajo cote boeuf holandesa, entre otras.

Subrayar también la de Wagyu, original de Japón, que es muy apreciada por su sabor y jugosidad, siendo utilizada para la preparación de platos gourmet y en la alta cocina. Todas estas carnes tienen su propia cámara de maduración, llegando alguna de ellas a los cien días.

Este restaurante es famoso porque uno puede degustar algunas de estas carnes de alta calidad a un precio más que asequible. La cocina es selecta y el personal, con más de 13 personas en plantilla, destaca por su eficacia y eficiencia. Como sugerencia propia, resaltaría los famosos cachopos asturianos, cuya magnífica elaboración transporta al comensal a la misma Asturias, una más de las destrezas del chef Manuel Benítez.

Este experto en cocina  lidia en el albero de los fogones el toro de los guisos y las viandas con la habilidad y el capote de un maestro que tiene una larga experiencia. No hay más que ver y saborear cada uno de sus deliciosos platos para adivinar que es un enamorado de la restauración. Según Benítez, aprendió en los fuegos de los mejores restaurantes de Granada y llegó a El Cruce con una gran experiencia. Pero un gran chef no solo se hace, también se nace.

Ya de joven tomó la decisión de dejar su trabajo como administrativo para colocarse el mandil y el gorro, cortarse la coleta y coger el toro por los cuernos para cumplir su sueño. Y hablando en jerga taurina, en esa continua innovación culinaria, es muy recomendable degustar el nuevo y acertado añadido a la carta,  la croqueta casera de rabo de toro rellena de chocolate con reducción en su jugo. De dos orejas, que el rabo ya lo lleva la croqueta.

No se olvidan estos fogones de que aquí estuvo hasta 1997, por más de 50 años, Estrella Castro, conocida por su choto al ajillo y sus paellas, entre otras delicias hechas con la pasión de quien ama su trabajo.  La carta de postres caseros es otra de las delicatessen del local “hechos por Belén, la jefa”. Y nada mejor que un buen caldo para acompañar esas suculentas viandas, servido en la copa, hasta las letras, como mandan los cánones de las buenas mesas y barras.

La bodega es variopinta y generosa y constituye una isla aparte. El éxito y la abundancia del menú diario casero es otra de sus estrellas. Otras joyas de la corona son su pulpo a la brasa, el ya mencionado choto al ajillo, las croquetas caseras y obviamente las carnes de las que hablamos más arriba.

Otra de las características muy de agradecer, es la atención del personal, que destaca por su amabilidad y constante esmero para con los clientes, a pesar de tener que recorrer cada día varios kilómetros entre idas y venidas desde la barra a la terraza, que suele estar llena, sobre todo con la llegada del buen tiempo.

Además dispone de un restaurante interno más reservado que sirve para comidas de empresa o eventos varios. Cuenta con otro comedor a un lateral de la barra y una amplia terraza donde además de un castillo hinchable para entretenimiento de los niños, algunos fines de semana, hay shows y actuaciones musicales, que siempre alegran al público y contribuyen a la supervivencia de artistas provinciales.

En el restaurante el Cruce, uno tiene la certeza de que, pidas lo que pidas, siempre aciertas y no es difícil ver a personas con su táper para llevárselo a casa, por no haber podido apurar la abundante comanda.

Hay, a mi humilde modo de ver, cinco o seis cosas esenciales en un local de este tipo: la calidad de sus productos, una carta cuidada, la diligencia en ser atendidos, la amabilidad del personal, la generosidad de los platos, la limpieza y una decoración con un gusto cuidado y todo ello a un precio cuanto menos, razonable. Todo esto está englobado por una admirable coordinación y como también dice el refrán taurino: no hay buen diestro sin buenos banderilleros. 

“El Cruce”, que cumple con todos estos requisitos, quizá por ello, hay días, sobre todo los fines de semana, que, a pesar de la gran cantidad de mesas disponibles, es difícil, encontrar sitio salvo que sea con reserva. Por algo será. En una readaptación de aquella canción popular de los años treinta, bien se podría decir: Si quieres comer bien y de barata forma, en el restaurante El cruce, tienes parada y fonda.

Si el romántico y uno de los primeros hispanistas extranjeros, Washington Irving pasara ahora de nuevo por aquí, es seguro que haría esa parada y fonda en este lugar, exploraría su generosa bodega de vinos, pediría algún chuletón de los expuestos en la vitrina, y de postre el “tiramisú de la jefa”. Y volvería. Los “Cuentos de La Alhambra”, “Vida y viajes de Cristóbal Colón” o “Historia de la guerra de Granada” bien podrían esperar otro día. O dos.

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